domingo, 11 de julio de 2021

La silla.


Sentado, en la silla, descubro de pronto una leve inclinación. Una inclinación leve. Un tambaleo ligero. Ma había sentado por años en esa silla y nunca lo había notado. Desde que lo noté, sin embargo, no dejé de sentirlo. No dejé de ser consciente de él, me refiero. Y claro, comencé a forzar un poco la inclinación hasta que esta dejó de ser tan leve y pareció acrecentarse. Días después, derechamente, ya se había soltado una pata. Hice caso omiso y acerqué la silla hacia la muralla. Supongo que por seguridad, no sé. O solo son cosas que uno hace. Entonces pasó más tiempo y pasaron también, por supuesto, más cosas. Cosas que no cuento pues me centro por el momento en la silla que es aquí el asunto y hasta el título de todo esto. Fue así que un día tomé la silla y la saqué fuera de casa. La volteé y la apoyé sobre una mesa y observé sus patas. Tomé la que estaba suelta y la forcé un poco. La quebré. Entonces la arranqué y la dejé a un costado. Luego fui por algunas herramientas, y comencé a desmontar todo. Saqué las otras patas. Desarmé el respaldo, la base del asiento. Eran muchos los trozos que comenzaron a apilarse, unos sobre otros. O entre otros, más bien. Terminado esto observé lo que estaba frente a mí. Así, finalmente descubrí que nunca aquello fue una silla. Me había sentado por años en una ilusión, pensé. En un constructo falso. No sé cómo no me vine abajo antes.

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