viernes, 30 de julio de 2021

Doce años.


M. trabajó doce años en una fábrica sin saber qué fabricaban.

Trabajó sin preguntárselo, incluso, pues tenía otras cosas más importantes en qué pensar.

Armaba y desarmaba motores, engrasaba piezas e incluso con el tiempo dio órdenes a dos o tres personas.

Una vez incluso, hizo que echaran a una de ellas, tras hacer un informe negativo de su labor.

Como el informe era objetivo, no sintió culpa en lo absoluto, en todo caso.

Sus rutinas eran cosa establecida.

Dos veces al día, se tomaba un breve descanso para fumar.

Lo hizo así por ocho años hasta de un día para otro dejó de hacerlo.

Nunca explico por qué, aunque lo vieron un par de veces, poco antes, rompiendo sus cigarros y observándolos.

Faltó solo tres veces al trabajo, durante doce años.

Una vez porque había golpeado a J., su mujer, y se sentía extraño.

Las otras dos porque tuvo alguna fuerte indigestión, según recuerda.

Dejó de trabajar en el lugar porque un compañero de trabajo le contó de otro sitio.

De otra fábrica similar, en la que podría obtener un poco más de sueldo.

Fue ahí que lo conocí y le pregunté qué cosa fabricaban en su antiguo trabajo.

Y M. reconoció que nunca lo supo, aunque había trabajado ahí, durante doce años.

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