jueves, 15 de julio de 2021

Una mugre en un ojo.


I.

Fue al doctor porque tenía una mugre en un ojo.

Desde hacía días la tenía, y el ojo se le había irritado.

Al cerrar el ojo incluso creía percibirla, tras el párpado, pero no había podido sacarla.

Tampoco sabía lo que era, pero pensaba en algo así como una piedrecilla minúscula.

Un grano de arena, tal vez.

Eso fue, más o menos, lo que le dijo al doctor.


II.

El doctor lo revisó y confirmó sus sospechas.

Efectivamente, tenía una piedrecilla minúscula en un ojo.

Extrañamente, eso sí, no la tenía en el ojo que mantenía irritado.

Probablemente, ese ojo se irritó por el esfuerzo y el roce constante de las manos, le explicó el doctor.

Luego el médico le sacó, a través de varios lavados, la piedrecilla del ojo que él creía sano.

La dejó sobre una pequeña fuente platead y se la mostró.

Era una piedrecilla minúscula, apenas perceptible.

Como él no sabía qué decir la siguió mirando hasta que el doctor rio y le preguntó si quería llevársela.

Él rio también y dijo que no, que no era necesario.

Entonces el doctor le recetó unas gotitas, y la consulta terminó.


III.

Ya en su casa, de regreso, él estuvo un buen rato mirándose al espejo.

Observando el reflejo de sus ojos, más bien, en el espejo.

Mientras lo hacía, pensó en la sensación que había percibido en el ojo equivocado.

En la naturaleza de esa sensación, y en lo extraño que resultaba todo aquello.

Finalmente, tras no encontrar explicaciones, el hombre que estaba frente a él se volteó y le dio la espalda.

Él, poco después, siguió su ejemplo.

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