sábado, 24 de julio de 2021

Probablemente sencilla.


Pasea perros cuatro veces por semana.

Los mismos perros, cada vez.

Aparentemente le gusta su trabajo.

Aprendió sus nombres, sus costumbres y hasta podría decirse que los perros lo quieren.

Lo esperan inquietos, obedecen sus órdenes y hasta lloriquean un poco, cuando él los devuelve a sus hogares.

Cuando llega a la plaza, a mitad del recorrido, se da incluso un tiempo para estar a solas con cada uno.

En ese tiempo a solas, él les cuenta un poco sobre lo que ha hecho cuando no está con ellos.

Esta última semana, por ejemplo, leyó varios cómics de superhéroes, y los comentó brevemente con los animales:

Querían que el Capitán América se presentase a presidente, pero finalmente se negó.

Aquamán ayudó a parir a una ballena.

La armadura de Ironman desarrolló consciencia propia y se enfrenta, de cierta forma, a su creador.

Y claro, cuenta algunos detalles sobre cada aventura, que no desarrollaré acá.

Es extraño, pero mientras habla, cada uno de los perros lo observa atento, como si comprendiesen sus palabras.

Él, de hecho, piensa antes de ir por ellos qué es aquello que ha hecho, cómo lo puede contar.

Cuando no ha hecho mucho, busca algún recuerdo interesante, para no dejar de compartir y fortalecer el vínculo.

A veces, los días que no pasea perros, se saca a pasear él mismo y se lleva hasta la plaza.

No tiene ahí, sin embargo, nada qué decir, ni a nadie que escuchar.

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