sábado, 23 de marzo de 2019

Una ventana rota.


-Vivo con una ventana rota –dijo ella.

-¿Qué…? –dijo él.

-Que en mi casa hay una ventana rota… cuando lleguemos la verás…

-Ja, ja… por un momento pensé que dirías que estabas casada, o que tus hijo estaban en casa o que…

-No tengo hijos.

-Sí… ya me lo habías dicho.

-Pero tengo una ventana rota –repitió ella.

Entonces él bajó la velocidad y la miró para saber si debía reírse u obtener algún significado de esa frase.

-Igual hay una cortina que la cubre –siguió ella-, así que no entra frío…

-Tampoco es que haga frío –dijo él.

-Es cierto… -dio ella, luego de una pausa-. No hace frío.

Él siguió manejando hacia dónde ella le dio que estaba su casa. De vez en cuando la miraba, hacia un costado. Ella no parecía notarlo.

-¿Quieres que  paremos a comprar algo antes de llegar a tu casa…? ¿Algo de beber… u otra cosa?

-No… -dijo ella-. No quiero beber más.

-Es cierto –dijo él-. Ya bebimos bastante…

-Dobla en la calle que viene…

-¿En esa…?

-Sí… Es la penúltima casa… donde está el poste…

-¿Esta…? –preguntó él, deteniendo el auto.

-Sí –dijo ella-. Esta es mi casa.

Ambos se quedaron sentados, en el auto. Sin decidirse a bajar.

-¿Cómo crees que se quebró? –preguntó entonces ella, como recordando algo.

-¿Qué cosa…? –dijo él.

-La ventana… La ventana rota, de mi casa…

-Pues no sé… -dijo él, mientras se intentaba acercar a ella-. ¿Gano un premio si adivino…?

-No –dijo ella, sonriendo-. Ni yo recuerdo cómo se quebró, en realidad.

-¿Vamos adentro? –preguntó él, mientras ponía una mano sobre una pierna de ella.

-Vamos –dijo ella.

Y entraron.

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