domingo, 3 de marzo de 2019

En paz.


Pocas veces vi a mi abuela preocupada.

De hecho, solo recuerdo con claridad dos ocasiones.

En una de ellas, me contó que estaba soñando exclusivamente con muertos.

No sé si eso es bueno o malo, me dijo.

Sus sueños eran pacíficos y en ellos nos ocurría nada malo, pero le inquietaba que todos aquellos con los que soñaba estuvieran muertos.

Entonces, mientras me contaba, caí en cuenta que la mayoría de las personas eran hermanas, amigas de infancia y otras personas que habían sido muy cercanas... hace mucho tiempo.

Y claro, mi abuela ya iba entonces para los noventa años y de cierta forma era normal que aquellos con los que soñaba ya hubiesen muerto.

No le compartí mi razonamiento, pero tengo la sensación que comprendió después.

De hecho, en el verano siguiente hubo una conversación en que indirectamente volvió al tema.

Ya no tengo vivos de los cuales preocuparme, dijo en esa oportunidad.

No los pienso, no los sueño… tal vez sea bueno saber que están bien y no me necesitan.

Ese mismo verano –el último en que la vi, por cierto-, me contó sobre su segunda preocupación.

Me lo contó luego de comentarle que había ido al río, y que había estado un buen rato mirando los botes.

Nunca pude superar mi angustia al ver los botes a remo, me dijo.

No entiendo que cuando las personas reman avancen para atrás.

Siempre que los veo siento que algo no funciona bien y se me aprieta el pecho.

Desde pequeña hasta ahora, me dijo.

El pecho se me pone igual desde hace como cien años, incluso cuando los recuerdo.

Luego de eso volvió a sonreír y a ser como lo era siempre.

Murió ese mismo año, mientras dormía.

En paz.

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