sábado, 30 de marzo de 2019

Un tigre.


Me mandaron al sicólogo porque dije que vi un tigre.

Desde mi habitación, agazapado, había visto al animal.

Me hicieron dibujarlo y me preguntaron a quién se parecía.

No se parece a nadie, les dije. Es un tigre.

Fui a varias sesiones y en todas intentaban que dijera que lo había imaginado.

De hecho, la situación empeoró pues en un descuido confesé que había vuelto a verlo.

Entonces, vi a mi madre llorar porque yo había visto un tigre.

Nunca se ha cubierto el rostro, mi madre, para llorar.

No me habló durante días, en la casa.

Y me prohibió volver a decir algo en el colegio, referente a mi visión.

Fue así que, finalmente, debí mentir y decir que todo había sido un invento.

No recuerdo si expliqué motivos, pero debí demostrarles que sabía que no existía ese animal.

El sicólogo me hizo pedirle disculpas a mi madre y yo debí hacerlo.

Ya en casa, incluso, tuve que decir que había mentido, por goce personal.

Escuché esa misma noche a mi madre recriminar a mi padre y decirle que todo era culpa suya.

Le gritaba que no se preocupaba, que su vida era el trabajo y nada más.

Entonces salí al patio y el tigre me hirió en el hombro, aunque su intención no fue, ciertamente, atacar.

Escondí la herida y hasta el día de hoy me aqueja.

Nunca, desde entonces, he vuelto a contar que veo un tigre.

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