sábado, 2 de marzo de 2019

Paracaidistas de plástico.


I.

Paracaidistas de juguete.

Plásticos.

Una lluvia de paracaidistas de juguete.

Imperfectos.

Rígidos.

Muñecos de una pieza, sin terminaciones.

Con un paracaídas que casi nunca se abre.

Sin rostros.

Sin expresión identificable.

Magritte no habría podido pintarlos.

No se revienten en el piso.

Casi nunca caen bien.


II.

Desde hace días caen en las ciudades, estos paracaidistas.

Primero fue una novedad.

Una noticia extraña.

Luego comenzaron las complicaciones.

Como las lluvias extrañas que contaba Plinio.

Así caen los paracaidistas.

Se acumulan entonces, en el piso.

Sobre los techos, se acumulan.

Todo se cubre por los paracaidistas como una nieve plástica y de colores.

El peso aumenta y no dejan de caer.

Los techos se vienen abajo y comienzan las primeras desapariciones.

La gente lucha hasta arrancarse la piel, para llegar a los sitios más altos.

Así caen los paracaidistas.


III.

Cuarenta días después dejan de caer.

Lo sobrevivientes dejan de escucharlos aunque ya no están seguros.

Dios ha enviado a millones de sus hijos plásticos, dicen algunos.

Hijos sin terminar.

Sin rostro definido y por lo tanto semejantes a todos.

Dios es un puto, dicen otros.

Comienzan a reaparecer, los sobrevivientes.

Miran el cielo, incluso, con desconfianza.

Yo tomo uno y lo lanzo hacia arriba,  con todas mis fuerzas.

Mi vista se fija en él, justo en el instante en que debe abrirse el paracaídas.

Justo en ese instante.

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