martes, 26 de marzo de 2019

Lo que llena las calles.


Un montón de viejos enfurecidos.

Enfurecidos porque son viejos.

Eso es lo que llena las calles.

Carne casi en descomposición.

Una oleada de dientes que de vez en cuando se aflojan.

Eso vemos hoy, en las calles.

Y es cierto: de alguna forma les tememos.

Algunos, por ejemplo, hemos subido a los pisos más altos.

Otros han bloqueado calles o accesos a las casas.

Así siempre comienza todo.

Tratamos de evitar la violencia, claro, pero a veces no se puede.

No es nuestra culpa.

Y es que poco a poco nos han hecho olvidar quiénes son.

Nos ofusca su insistencia.

Su cercanía, incluso, es ahora una amenaza.

Traen la muerte, con ellos.

Y quieren acostumbrarnos a su cercanía.

Eso no es sano.

Nos dicen que es normal, pero no es sano.

Nos ha costado entender el engaño, pero sus mentiras han aflorado.

Fingen vivir por algo mientras se mueven por las calles.

Sin sentido, se mueven por las calles.

Algunos se afirman en las paredes, pero no se resignan a la quietud.

Gritan nuestros nombres, algunos.

Nos llaman hijos.

Nos arrojan su desesperación como trozos de carne.

Yo he subido a los pisos altos para no escucharlos.

Y ya somos muchos, en los pisos altos.

Si no cesan pronto tendremos que empezar a arrojarles cosas.

Eso hemos decidido.

No repetiremos el error.

Trataremos de hacer de la vida otra cosa.

Eso requiere sacrificios.

Otro Dios.

Otra carne.

Otros hijos.

Y el futuro será de quien esté dispuesto a pagarlo.

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