lunes, 11 de marzo de 2019

Patas arriba.


Ignoramos cómo ocurrió, pero al despertar descubrimos que la tortuga estaba patas arriba. Pensamos que pudo haber sido un animal, tal vez un gato que se hubiese metido a la casa en la noche, aunque no había indicio alguno de lucha o de desorden. Lo cierto es que tuvimos más cuidado con el cierre de ventanas y esas cosas. No pensamos que se repetiría, claro. Tampoco es que le diéramos demasiada importancia. Solo había que tomar precauciones para que la tortuga no pasara un mal rato. Eso era todo, pensamos. Pero nos equivocamos. Por seis días seguidos encontramos a la tortuga patas arriba. Indefensa, sin poder volver a su posición. Tal vez era ella misma quien lo hacía, concluimos, aunque no nos parecía algo lógico. De todas formas no lo pensamos más. Simplemente nos acostumbramos a voltearla cada mañana, al comenzar el día. Mientras preparábamos el desayuno o antes de ducharnos, sin comentario alguno. A veces la volteaba F. y a veces lo hacía yo. No era una tarea difícil, después de todo. Aunque de cierta forma nos sentíamos culpables de postergar el voltearla, aunque fuese unos minutos. Por ejemplo, F. se sentía incómoda si teníamos sexo en la mañana y no habíamos volteado todavía la tortuga. Una vez, de hecho, discutimos por esto, pues ella interrumpió e acto para ir a voltearla y luego volvió, como si nada. Yo no quise seguir y supongo que desvié la molestia hacia la tortuga. Recuerdo que fue esa la primera vez que surgió la idea que lo que hacía la tortuga era un intento de suicidio. Si se quiere matar, que se mate, había dicho yo, sin pensarlo. Aunque luego sentí que algo de lógica tenía aquella hipótesis. Ya más calmados, otro día, hablamos del tema. Observamos más atentos a la tortuga, pero no encontrábamos signos de depresión o cambios en su estado anímico. Comía igual que siempre, se movía hacia los mismos lugares… seguía buscando el sol a mediodía. Fue entonces que buscamos información y encontramos el texto de Wingarden en que contaba sobre esa extraña creencia china. En resumen, decía que cierto emperador chino creía que el mundo se había volteado, si encontraban sin explicación una tortuga volteada, y había dispuesto una serie de protocolos en palacio, para los días en que eso sucedía. Era una creencia absurda, claro, pero debo reconocer que a mí, al menos, me hizo sentido. Tanto que a veces me cuestionaba brevemente al voltear la tortuga. Fueron semanas así, tal vez meses, no recuerdo. Luego la tortuga no se volteó más. O el mundo, no sé. Nos sorprendimos al encontrarla en la posición correcta y nos descolocó más aún que cuando la encontramos volteada. Fue extraño. Era como si hubiésemos perdido algo que nos permitía comenzar mejor el día. Un rito necesario, digamos. Ambos mirábamos la tortuga, cada mañana, como si nos estuviera engañando. Un día, de hecho, desde el baño, observé a F. acercarse a la tortuga y voltearla, para luego quedarse en cuclillas, junto a ella. No se dio cuenta que la vi, claro, y luego la dejó en buena posición. Ta vez lo imaginara, pero me pareció incluso que F. lloraba un poco. Mientras me vestía pensé que pensaba dejarme, pero pasaron los días y finalmente no lo hizo. Mientras escribo esto ella está en la cama, hablando por celular, y la tortuga probablemente está durmiendo, sin preocupación alguna. Así son las cosas, me digo, mientras busco una frase para cerrar el texto. Así son las cosas, escribo.

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