martes, 21 de septiembre de 2021

No vaciar la papelera.


Desde hace un tiempo no vacío la papelera.

No hay necesidad, pienso, cuando la observo.

Está a un costado del escritorio, detenida hace meses.

No es que esté vacía o que no bote papeles en ella.

El punto es que cuando veo que se está llenando
y los papeles ya llegan a la superficie,
me acerco hasta ella, y simplemente los comprimo.

Cargo mi peso en ellos y los empujo hacia el fondo,
con esmero.

Cada vez necesito un poco más de fuerza,
pero me doy un tiempo para hacerlo.

Podría decirse incluso que esta acción
ha pasado en estos días,
a convertirse en una especie de terapia.

Así, mientras la aprieto
pienso que la humanidad entera
cabría apiñada en una isla pequeña,
si no dejan espacio entre ellos.

Lo comprobé con cálculos, hace unos años,
pero en principio lo planteaban en un libro extraño
que también, en principio, aparentaba ser bastante más puro.

La basura en cambio,
es otra cosa, por supuesto,
pero su comportamiento físico, digamos,
obedece al mismo principio.

De esta forma,
proyecto continuar comprimiendo todo aquello
que llega a caer al papelero,
convirtiéndolo tal vez
en una especie de agujero negro
que ha de crearse ahí,
a un costado de mi escritorio.

Si genera fuerza suficiente después
como para absorber otras cosas,
eso escapa a mis proyecciones.

Y es que, si soy sincero,
no soy bueno para eso de vislumbrar
o formular hipótesis
de lo que sucederá a futuro.

De hecho, hoy mismo, por ejemplo,
no proyecto nada más allá,
de esta línea.

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