jueves, 30 de septiembre de 2021

Puede sonar tonto.


Puede sonar tonto, pero lo que me da miedo de las alturas, no es la altura misma. Es decir, no me atemoriza la distancia que existe entre mi cuerpo y el sitio de “aterrizaje”, sino el que yo pueda caer desde esa altura. Esto que acabo de decir puede parecer obvio, por supuesto, pero lo cierto es que hay algo más secreto en este caso. Y es que el miedo a caer desde esa altura es en el fondo el miedo a dejarme caer desde esa altura. A no sujetarme si me tropiezo, digamos. O hasta el miedo a lanzarme yo directamente, aunque hasta el momento nunca he tenido la convicción de esta idea. No de forma consciente, al menos.

¿Cuál es el miedo entonces, en resumen?

Me ordeno. El miedo sería este:

Que surja ese deseo de improviso (que puede estar oculto en algún lado) y yo termine arrojándome, después de todo, sin que la altura me dé la oportunidad de retractarme de esa decisión y (lo que es peor) sin haber asimilado siquiera el porqué de aquel acto.

Y es que entonces el vértigo (el vértigo verdadero, no el que sentía a priori) de llegar al final de todo aquello, puede resultar tan repentino y fulminante, que la tan anhelada comprensión a la que uno aspira (por mínima que sea), sea de golpe imposible, inalcanzable y de pronto el ¡PLAF!, simplemente, que como decía en un inicio, puede (ahora más que nunca) sonar un poco tonto.

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