lunes, 13 de septiembre de 2021

El clavo en el martillo.


I.

Ahí están.

El clavo en el martillo.

No lo dije mal, así están.

Los que lo entienden de otro modo, en realidad no lo entienden.

Y a mí no me importa.

O muy poco.

El clavo en el martillo… ¡mírenlo bien!

Luego no me pidan que les explique, lo que no quisieron ver.

Quien tiene oídos que oiga.

La cuestión es simple:

El clavo en el martillo.

Y entre ambos, el golpe.

Los que quisieron ver ya lo han visto.

Y dieron, sin saber, su primer paso.


II.

Pero el clavo es medio hueón y se resiste.

Inútilmente se resiste el clavo.

Gasta su vida, incluso, resistiéndose.

Si no se resistiera, sin embargo, igual la gastaría.

No sé si sabe eso, el clavo.

Se aferra a la madera, intenta negarse.

Procura entonces recibir el golpe con entereza.

Oponiendo su fuerza que es en el fondo algo así como su esencia.

La naturaleza misma del clavo, digamos.

Como si eso cambiara las cosas.

Solo así, supongo, sabe existir.


III.

El clavo en el martillo, decía.

Ese instante.

O lo que fue ese instante, más bien.

El momento exacto del clavo en el martillo.

El golpe seco.

¡Si hasta la imagen es seca!

Y es que no sangra el clavo.

De él no brota nada.

Solo el clavo en el martillo, decía.

Y ya fue.

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