jueves, 2 de septiembre de 2021

Las cosas, para Wingarden.


Para Wingarden no todas las cosas eran cosas.

O no lo eran, al menos, de la forma tradicional
en que las cosas son.

No es que se detenga a explicarnos esto
de forma específica
en alguno de sus textos.

Pero sin duda es algo que se deja ver
distinto
cuando te acercas con cuidado
al borde de sus escritos.

Tal vez me he dado cuenta, justamente,
porque acostumbro situarme
al borde de ellos.

Nunca dentro,
como hacen algunos,
que intrusean sin permiso,
fingiendo que analizan
sus palabras.

Yo, en cambio, lo observo desde fuera,
con afecto respetuoso,
con ganas de abrazarlo incluso,
pero sabiendo que el abrazo es innecesario
cuando brilla en los ojos
la comprensión.

Fue así, decía,
que comprendí que para Wingarden,
no todas las cosas eran cosas.

Y no me refiero aquí a juegos de palabras
ni a esas expresiones híbridas
y poéticamente confusas,
como es el caso de “las cosas vivas”.

Y es que las cosas, para Wingarden,
eran tratadas -en su totalidad-, como seres,
como sujetos de voluntad, incluso,
y solo era válido diferenciarlas
a partir de su relación con la luz.

Aquí, por cierto,
hago referencia a definición que se deja oír
en muchos de sus textos
y que lo lleva a afirmar que puede ser considerada
como una cosa,
toda aquella existencia
que no es atravesada
por la luz.

Reduzco acá, por supuesto,
y limito por un instante,
una serie de impresiones que Wingarden
acostumbra dejar en libertad.

Y solo entonces,
ni orgulloso ni arrepentido,
vuelvo a abrir mis manos
para que ellas escapen.

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