jueves, 19 de julio de 2018

Dados.


Primero el nueve.

Seis y tres, digamos.

Eso es bueno.

Y mientras ruedan los dados
haces cuentas.

Números, intentas,
nada más.

Y es que esta vez, te dices,
las palabras quedan fuera.

Once.

Seis y cinco, esta vez.

Y nuevamente el nueve.

Y hasta pareciera que lo logras.

Quedar en cifras, me refiero.

No en las cosas.

Ocho.

Cinco y tres.

Y Dios le dio a Adán el paraíso
y Adán cuantificó.

Hizo el inventario.

Dos.

Uno y uno.

No siquiera un inventario.

Dados.

Ocho.

Seis y dos.

Eso es lo que hacemos.

Lo llevamos al azar.

Nos engañamos.

Siete.

Cuatro y tres.

Otra vez siete.

Eso es bueno.

No lo piensas ahora,
pero te enseñaron que eso es bueno.

Líneas.

Ahora líneas.

Cuando los números parecen suficientes
trazas líneas.

Nueve.

Seis y tres.

En el mundo no hay líneas.

Ni siquiera números,
antes de los dados.

Siete.

Cuatro y tres.

Una línea perfecta.

Y puede que un pitido tal vez,
que acelere al resto.

Nuevamente un siete.

Cuatro y tres.

Extrañamente alguien llora
porque no sabe que eso es bueno.

Siete otra vez.

Seis y uno.

Y eso es bueno, te dices.

Y vuelves a lanzar.

Y vuelves a lanzar.

Y eso es malo.

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