martes, 10 de julio de 2018

Máscaras.


A los pies del cerro donde está el zoológico vendían máscaras.

De superhéroes, animales, robots y otras series de motivos.

De vez en cuando, de pequeño, tras reunir algún dinero, fui hasta el lugar exclusivamente para comprar una de ellas.

Ninguna ajustaba muy bien, según recuerdo, y los elásticos se rompían fácilmente, pero creo recordar que me atraían los diseños, principalmente.

Ni siquiera las compraba para ponérmelas, si soy sincero, simplemente las adquiría para observarlas.

De vez en cuando, sin embargo, ya en casa, me miraba al espejo con alguna de ellas.

Recuerdo que simplemente miraba mis ojos, atrás de las máscaras.

No quedaban necesariamente en los orificios, por lo que se hacía difícil ver, estando tras ellas.

Nunca me disfracé, digamos, con ellas, siempre fui yo tratando de buscarme atrás de esas máscaras.

Era pequeño como para pensar en símbolos o grandes análisis, pero eso es sin duda lo que hacía.

Por último –generalmente la misma noche que compraba las máscaras-, sacaba unas tijeras que mi madre guardaba en un bolso y cortaba las máscaras.

Un rostro plástico, digamos, justo partido por el medio.

El ruido de esos cortes lo recuerdo hasta el día de hoy.

No sé por qué siempre guardé siempre uno de los lados, y terminé botando el otro.

Un significado, por supuesto, debe tener, aunque hasta el día de hoy se me escapa.

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