miércoles, 11 de julio de 2018

Veo caer un pájaro.


I.

Veo caer un pájaro.

Extrañamente fulminado lo observo caer desde el techo de una casa.

Pienso en ir hasta donde cayó, pero está claro que el pájaro está muerto.

Tras pensarlo un momento finalmente desisto.

Y es que me siento cínico:

No me detengo siquiera ante los pájaros vivos.

Y a aquel caído, pude haberlo ignorado
hasta que cayó fulminado.


II.

Algo similar sucede con las catedrales.

Wingarden por ejemplo, contaba que no creía en Dios hasta que entró en las catedrales.

Y no es que viera a Dios, estando en ellas.

No lo vio, decía, pero sin duda sintió su ausencia.

De esta forma, al menos existía una certeza:

En esas catedrales habría cabido Dios.

Igual que el cuarto vacío que se destina a un huésped
que nunca llega.


III.

Vuelvo a pasar por el sitio donde cayó el pájaro.

Pocas horas después de haberlo visto caer.

Me acerco al lugar y desde lejos, observo como el cuerpo ha comenzado a llenarse de hormigas.

Eso que está ahí no es un pájaro, me digo.

No hay pájaro.

Me alejo entonces del lugar intentando pensar en otra cosa.

No voy a pensar en un pájaro, me digo.

La ausencia del pájaro revolotea sin embargo, como en una catedral.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales