miércoles, 2 de diciembre de 2020

¿Y el iceberg?



Esa vez escribí un cuento. Uno bien escrito, digamos, no como esto que ven acá. Uno pensado únicamente para ganar un concurso, por un asunto de ego, supongo, ahora que lo pienso a la distancia. 

El concurso no era tan grande, por cierto. Y el cuento tampoco muy espectacular, aunque al menos cumplió su cometido. Eso bastaba en ese entonces. 

El relato era una especie de versión de la tragedia del Titanic. Una contada desde el mundo de la naturaleza... no desde los hombres y sus máquinas. Un cuento que se preocupaba del iceberg en vez del barco y sus tripulantes. Una historia que hacía hincapié en el tiempo necesario para formar aquel iceberg y la tragedia que era que una máquina fuese a estrellarse con él e interrumpir su proceso de vida natural, por puro descuido, irresponsabilidad o capricho. 

Siguiendo esta idea, la narración describía en detalle cómo algunos trozos de hielo se desprendían y caían al mar, condenados a deshacerse o simplemente vagar como pequeños trozos incompletos… todo mientras esos seres irresponsables y vanidosos contaminaban el silencio con sus gritos, con sus luces artificiales, con la desesperación por salvar sus vidas que luego, por lo general, desaprovechaban. 

Más allá de la historia, pienso ahora, y de la fría motivación que tuve al escribirlo (la de ganar un concurso, simplemente), supongo que el cuento debió dar la idea de contener un mensaje importante, y tal vez haya sido eso, a fin de cuentas, lo que lo hacía parecer interesante. 

Exactamente lo opuesto a lo que ocurre ahora, si soy sincero. Aunque mi forma de escribir -hoy imperfecta y descuidada-, parezca apuntar en otra dirección. O en ninguna.

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