lunes, 28 de diciembre de 2020

Mi primera conclusión.



Fue dos semanas a un taller. Se lo habían recomendado diciéndole que le ayudaría a subir su autoestima. Tenía un costo bastante alto, pero la chica que lo realizaba era prima de una de sus amigas y solo pagó la mitad. De todas formas, era un precio alto, pero al menos se había ahorrado la mitad. 

Ya en el taller se encontró con otras mujeres de su edad. La mayoría con una apariencia bastante más cuidada que ella y de una clase social notoriamente más alta. Lo reconocía en el tono de voz. En la forma de caminar. Incluso en la forma en que la miraban, siempre como a una extraña. 

No es que le dijeran nada o la tratasen mal, pero sin duda sentía cierta incomodidad o una sensación de no pertenencia al estar en aquel lugar. 

Durante su tercera sesión, sin embargo, logró conversar con una de ellas, quien incluso le preguntó por el colegio de sus hijos. Ella no tenía hijos, por cierto, pero inventó que tenía dos y nombró un colegio que pensó era de alto nivel, para no desentonar. Intentó decirlo de forma segura, para no despertar sospechas. 

-Ahora vamos a reírnos de nosotras mismas -dijo la maestra, en una de las últimas clases-. Vamos a reírnos de nuestros defectos, de nuestras debilidades, de aquello que no queremos confesar a otros… Van a escribirlo en un papel, lo van a doblar y pensar en aquello, mientras nos reímos… debe ser en voz alta la risa… carcajadas incluso, si se puede. 

Ella la escuchó y escribió una única frase en el papel. Fue honesta con eso, al menos. Vio a todas escribir algo en un papel, y doblarlos. 

Luego intentó reírse. Se sentía un tanto preocupada, aunque no sabía de qué. No logró fluir con su risa, pero al parecer ninguna pudo. La maestra les pidió hacer ruidos, al reírse, mientras debían mirarse a un espejo. 

-Ahora van a poner esos papeles en ese frasco -siguió la maestra-. Van a meterlos doblados con confianza, porque no son importantes… porque nos hemos reído de ellos… y por eso, además, los vamos a quemar. 

Yo, a todo esto, soy quien debía quemar los papeles. Hago eso en los talleres, además de llenar los dispensadores de agua, mantener impecable el lugar y ayudo en general, cuando hace falta. 

Esa vez, sin embargo, saqué el papel de ella. Lo vi echarlo al final y reconocí cuál era. Lo separé y no se quemó, junto con los otros. Aunque lo cierto es que ni siquiera los otros se quemaban por completo. 

No sé bien por qué lo separé, solo lo hice. Luego lo leí, y lo guardé, como algo delicado. 

Ese mismo día, al final de la clase, me acerqué a ella. Tal vez pensó que yo tenía un rol más importante y me confió algunas cosas. Hablamos largo rato. 

También lo hicimos al día siguiente y el día final de los cursos, luego de lo cual compartimos teléfonos y hemos seguido hablando, cada vez más. 

Me contó lo de sus amigas, sobre sus apuros económicos, problemas en el trabajo y hasta algunos amorosos… pero jamás se acerca a decir lo del papel. 

Eso cambia, ciertamente, toda la historia. O el sentido, más bien, de la historia. 

Esa es, digamos, mi primera conclusión.

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