miércoles, 9 de diciembre de 2020

Le enseñó a su perro a cantar rancheras.



I. 

Le enseñó a su perro a cantar rancheras. 

O más bien, a aullar y ladrar en partes específicas de ese tipo de canciones. 

Incluso el animal parecía llevar el ritmo, golpeando el piso con una de sus patas. 

Como a todos les hacía gracia le mandó a hacer incluso un vestuario de charro. 

Al principio, el perro pareció protestar, pero se acostumbró con el tiempo hasta a llevar sombrero. 

Todo comenzó más o menos de esa forma. 


II. 

La idea de ganar dinero con el show se la propuso un amigo. 

Este amigo lo convenció y hasta le prestó dinero para que también se hiciera un traje. 

Le ofreció de cierta forma ser su manager y conseguirle algún espacio para tocar, pero le advirtió que debía seguir un guion, más allá de mostrar las habilidades musicales del perro. 

Incluso le recomendó golpear el piso llevando el ritmo, junto con su perro. 


III. 

Hicieron su show en un tren interurbano que tenía un salón con una especie de escenario. 

Les daban un dinero para traslados, más las propinas. 

Además, le cobraban un seguro, pues el perro se había mostrado huraño una vez, con los niños, y podría tal vez morder a alguien. 

O eso al menos les dijeron. 


IV. 

Dejaron el show por denuncias de algunos animalistas. 

Alegaron que obligaban al perro a trabajar, diciendo que nadie, en el fondo, trabaja por gusto. 

El dueño del perro intentó defenderse diciendo que el perro disfrutaba del show. 

Que incluso golpeaba el piso al ritmo con una de sus patas, por iniciativa propia. 

Pero igualmente debió suspender las presentaciones y la gente del tren estuvo de acuerdo. 


V. 

Ya en casa, buscando ahora un trabajo más común, el hombre observa al perro que ya no viste de charro. 

Los trajes de ambos están guardados en un bolso, mientras que los sombreros están sobre un closet, llenándose de polvo. 

Por último, el hombre dejó de escuchar rancheras para no alterar al perro, quien no sabía oírlas sin desarrollar su show. 

Y es que así cambian las cosas, a fin de cuentas. 

Así son y dejan de ser. 

Disculpe si usted no está de acuerdo. 

No hay, por supuesto, moraleja en todo esto.

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