sábado, 12 de diciembre de 2020

Escucho.



Escucho sobre la muerte de Kim Ki Duk. 

De su última muerte, más bien. 

De la más básica y definitiva de sus muertes. 

No me fijo en los detalles, por supuesto. 

Pretendo, en principio, archivarlo como un dato. 

Con respeto, por supuesto, pero solo como un dato. 

Algo que debía pasar, una vez más. 

Una de tantas, digamos, solo que esta vez es la oficial. 

La definitiva. 

Sin resurrección. 

Sin una vida que sea devuelta por las olas. 

De esta forma, pienso entonces, es que las cosas quedan. 

Nos vamos de un sitio y las cosas quedan. 

Trofeos abandonados en una cabaña. 

El eco de una canción. 

La desesperación por buscar la comprensión que no llega. 

Kim Ki Duk muere igual que todos. 

Esta vez, al menos, muere igual que todos. 

Tanto daño, tanta muerte previa… para morir, finalmente, igual que todos. 

Y es que era mortal Kim Ki Duk. 

Era mortal como lo son todos los que mueren. 

Como el sol que brilla indiferente. 

O como aquel que sufre o se alegra, ante un nuevo día. 

Escucho sobre la muerte de Kim Ki Duk y elijo entonces que dato archivar. 

Todos somos inmortales, hasta el día de nuestra muerte.

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