viernes, 23 de julio de 2010

Sobre Zenón y el museo eterno de los ahoras.

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A diferencia de lo que defendía sobre el espacio, Zenón planteaba que el tiempo, a pesar de ser infinito, podía dividirse en una serie de instantes indivisibles, es decir, una serie continua de “ahoras” en los cuales era posible encontrar todas las cosas o seres del mundo, en un continuo reposo.
Zenón planteaba esto, como base para sostener uno de los cuatro argumentos elaborados en torno a la posibilidad o imposibilidad del movimiento, al menos como “hecho pensable”.
Ahora bien, más allá de lo que realmente proponía Zenón respecto al movimiento –pues me parece que estos argumentos buscan, desde Zenón, plantearse como paradojas más que exponer una teoría concreta-, la cuestión expuesta aquí respecto al entendimiento que hacemos del tiempo, me parece, al menos, atrayente, sobre todo si la pensamos en oposición a otras visiones, aparentemente opuestas o distintas, -como la de Heráclito, por ejemplo-, que nos parecen, sin duda, -al menos hoy en día-, más fáciles de aceptar y más compatibles con la importancia que le damos a todo aquello que, para nosotros, indudablemente es y cuya existencia nos compete, es decir, a nosotros mismos.
Y es que si aceptamos sin más la visión de tiempo propuesta por Zenón para argumentar la imposibilidad del movimiento (el movimiento sería imposible pues cada cosa, al suceder siempre en un ahora distinto estaría siempre en reposo y ocupando siempre un mismo espacio) tendríamos no sólo que anular la idea de un continuo en el cual realizamos nuestros actos, sino que además, la posibilidad misma de la existencia así como hoy la entendemos, relacionada con la idea de un transcurso y un devenir, se vería también imposibilitada.
Para explicarme mejor, reproduzco la reconstrucción del razonamiento de Zenón en ese argumento, realizado por Aristóteles:
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(1) Todo lo que ocupa un lugar igual a su propio tamaño está en reposo.
(2) En el presente lo que está en movimiento ocupa un lugar igual a su propio tamaño.
Por tanto:
(3) En el presente, lo que está en movimiento está en reposo.
Ahora bien:
(4) Lo que está en movimiento se mueve siempre en el presente.
Luego:
(5) Lo que está en movimiento está siempre –durante todo su movimiento- en reposo.
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Si bien Aristóteles intenta atacar el razonamiento de Zenón –negando que la forma de entender el tiempo infinito como una suma de momentos indivisibles-, lo cierto es que su contraargumentación cae también en un vacío, que se origina, creo, en la carencia de una estructura significativa concreta, para lo que entendemos por tiempo, y, más específicamente, por la posibilidad de entender certeramente lo que significa “presente”.
Y es que entender el presente como un ahora estático, como vislumbra Zenón, y entender, desde ahí, el tiempo como el resultado de la suma de todos los ahoras, nos lleva también a descomponer nuestra propia existencia en momentos indivisibles, significativos sólo en un momento indivisible determinado.
De esta misma forma, la ilusión del presente continuo se revelaría como una falacia, pues el movimiento –y la vida misma- sería algo similar al resultado de una película en stop motion, o el juego que hacemos cuando dibujamos una figura en una cantidad de hojas continuas y simulamos, moviendo las hojas rápidamente, simular que la figura está en movimiento.
Pero ¿qué seríamos entonces nosotros de ser realmente el tiempo una suma de ahoras donde existimos de forma estática, casi como en una gran serie de fotografías? ¿Qué serían nuestros sentimientos y nuestras acciones de aceptar esta concepción?
La respuesta, si bien puede parecer surgida de un razonamiento absurdo –al menos si lo abordamos desde nuestra “experiencia”-, abre un aspecto que me resulta atractivo: la identificación de nuestra existencia con un proyecto constante, o dicho de otra forma, sólo es posible nuestra existencia, en los ahoras que se encuentran aún por venir, -cosa que ya nominalmente se nos hace imposible pues ¿cómo he de entender un ahora que aún está por venir?-.
Es decir, sólo sería posible plantearse en nuestros constantes ahoras, la existencia de otros momentos aún no divididos en porciones indivisibles, pues formarían parte de un continuo que no alcanzo a experimentar ni “diseccionar” desde mi ahora particular.
Dicha existencia, por cierto, si bien pareciera estar contenida en el ahora indivisible al que hace referencia Zenón (un “ahora”) pasaría a contener de esta forma, una porción, no sólo de divisibilidad, sino de infinito. Como si cada ahora contuviese en su estado fijo, la semilla de un futuro que es continuo y siempre inaprensible: algo así como una proyección dada como posibilidad, como esa semilla de mostaza o la levadura escondida de la que se hablaba en San Mateo.
Una serie de imágenes extrañas se me viene ahora como si arrojasen pequeñas luces sobre ciertas posibilidades abiertas a partir de esta paradoja: como el ahora de un monedero que contiene en su interior la posibilidad de algo que se ha de adquirir en el futuro… o la resonancia de una nota musical, de una sinfonía entera digamos contenida como posibilidad en el útero de una pequeña nota…
Pienso también en Monet, en sus últimos años pintando en Giverny, en aquello que quería pintar cuando reconstruía –y desconstruía- aquellos cuadros una y otra vez… o en el “ahora” que pretendía fijar Rothko en sus pinturas, o, menos aún, en cada una de sus pinceladas.
Porque, después de todo, ¿dónde está el ahora que me contiene en este momento? y ¿qué es lo que contiene ese ahora? ¿Cuál es la posibilidad que contengo, mi existencia digamos… mi única posibilidad de existencia? ¿Soy realmente capaz de vislumbrarla… de hacerla trascendente?
Entendido así, sería exactamente lo contrario a lo que enuncia aquella frase de que “la muerte está contenida en la vida”, pues sería la vida –la existencia posible que sobrepasa y no puede ser expresada por ningún ahora específico- la que estaría contenido en nuestros ahora muertos, finitos, carentes no sólo de movimiento sino de latido alguno.
No hablo, sin embargo, de una idea de proyecto como la planificación de una serie de ahoras estáticos que han de venir a sucederme, sino más bien, como la constante posibilidad de existencia a la que me es posible acceder desde mi ahora, y, por lo tanto, será de la actitud con que enfrente este proyecto, -del deseo de vida que contenga mi ahora-, que mi existencia pueda ser entendida como un vacío, o como un todo vivo contenido al interior de una semilla.
De esta forma ya no tendrá sentido plantearse, por ejemplo, las siguientes preguntas:
¿Es un vacío o la expresión de una “eternidad continua” lo que nos muestra Monet al pintar sus estanques? O ¿Está vacía la luz “descompuesta”, desligada de aquello que ilumina, que propone Turner en algunos de sus cuadros?
Pues todo aquello que nos lleve a plantear una respuesta con un sentido único, nos llevará a excluir las distintas posibilidades contenidas en cada momento concreto e indivisible, afirmando así, su finitud, y alejándonos de cualquier intento de real comprensión que podamos tener respecto a nuestra posibilidad de “existencia”.
Y es que quizá Dios, de existir, sea el único ser al cual le sea posible recorrer los pasillos de este museo eterno de los ahoras, algo así como caminar por entre la lluvia con las gotas detenidas… vivas y cambiantes… Detenidas, pero con la posibilidad viva de algo dentro… una posibilidad que depende de cada uno de nosotros y que presenta sólo dos alternativas:
una visión de vacío, o un deseo de semilla…
A usted lector, de existir, le corresponde zanjar el asunto.
Ahora.

1 comentario:

  1. -Si hubiese despertado más temprano, ahora serían las seis. Ellos, quizás, sí se despertaron más temprano: para ellos ahora son las seis. Entonces, estos, con los que estoy, no son ellos.

    Sin embargo, me parece que al mismo tiempo lo son.

    Ponderé un momento lo que acababa de escribir. Tosca, la paradoja estribaba en el uso de los adverbios con función deíctica.

    Luego, el algún otro momento del día, pensé nuevamente en el asunto. ¿Quien?
    Ese

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