viernes, 30 de julio de 2010

Encuentros con apóstatas (IV)


El otro día tuve un sueño raro. Formaba parte de un grupo musical, aunque en un inicio no quedaba muy claro de qué se trataba. Yo iba cargando unas cosas junto a otros tipos vestidos de igual forma. Todos llevábamos un pantalón de vestir, camisa y hasta el pelo cortado de la misma manera. Íbamos por unas calles de piedra, como de ciudad antigua. Creo que éramos 5, aunque el número parecía variar a medida que avanzaba el sueño.

El caso es que llegábamos a un lugar también de piedra, muy antiguo, en ruinas casi. Sólo entonces me daba cuenta que éramos una banda y que íbamos a tocar allí. Al final yo cargaba un violín, aunque recuerdo que toqué varios instrumentos durante el sueño, además de ese.

Pero más allá de lo que haya tocado, o la música en sí o hasta la presentación misma que realizamos, me interesa el desarrollo que tuvo la música durante el sueño, y la transformación que dicha música y hasta nosotros mismos, -los músicos-, tuvimos en él.

Y es que nuestra banda se llamaba "La David Banner", como el nombre del científico que se transforma en Hulk en los cómics, y, al igual que él, nuestra música, y hasta nuestra apariencia, iba cambiando a lo largo del concierto.

Todo empezaba en calma, todos vestidos ordenadamente, música de cuerdas y algo de piano... pero poco a poco la música se empezaba a acelerar, se incorporaban algunas percusiones y las cuerdas comenzaban a destemplarse, como si estuviesen a alturas distintas... los ojos verdes de pronto comenzaban un poco a brillar y, si bien no terminábamos como Hulks gigantescos, nuestra ropa parecía romperse, en parte, nuestro pelo se desordenaba, y la música adquiría tal fuerza y velocidad que ya hacia el final del sueño no hubiese existido forma de sobrepasarla, ni de derivar luego en otra cosa.

Intentando darle vueltas al asunto al otro día, -principalmente buscando si existía o no la David Banner o si reconocía en alguna parte las melodías que aún daban vueltas en mi cabeza-, me acordé de pronto de qué era aquello que podría haber suscitado el sueño. Y me di cuenta que el hecho real quizá tenía más de fantasía que todo aquello que había soñado.

Y es que el otro día, creo que fue el último martes, vi en un letrero de un almacen de barrio -había tomado mal una micro hacia la escuela nocturna y me bajé unas cuadras lejos del lugar-, un aviso que me llamó la atención. En él se indicaba -tal cual-, que cambiaban $100 por $80, junto a un "¡Aproveche!" escrito con grandes letras junto al precio del kilo de pan y de otras cosas algo más racionales.

Una vez conversando con la señora del local, -no soy muy bueno para acercarme a la gente, pero la intriga me ganó-, ésta me contó una historia no tan disparatada. Lo que sucedía realmente es que en el lugar ellos cambiaban $80, en monedas de $10, por $100 en "productos". Es decir, si la persona pagaba con monedas de a $10, la compra realizada (pan, huevos, golosinas o lo que comprasen en aquel lugar) se veía reducida en un 20%.

El objetivo de esto era que el esposo de la señora construía desde hacía años, según lo que la mujer me contó, una especie de castillo con monedas de a $10. Una tremenda construcción que estaba en un cuarto de a casa, cuyo único uso era albergar esa cosntrucción que ya llevaba creciendo tanto tiempo.

-Para el terremoto se cayó la cuestión -me cuenta la señora-, mi marido armó el medio alboroto, y eso que también se cayó una tele y hasta con los cortes de luz se nos dañó una de las máquinas, pero al viejo loco apenas le preocupaba su construcción, y no se le podía ni hablar del asunto... se ponía enojón y mañoso como él solo, incluso desde entonces que cerró la puerta de ahí cuando él no está para que nadie vea sus monedas, su castillo, o lo que sea que esté haciendo ahora.

La señora se ríe, luego llega una vecina a comprar y tras escuchar que me está contando la historia de las monedas comenta algo del marido de la señora, y le deja saludos. Luego me siguen contando la historia:

-La cuestión es que el Luis se puso tan mañoso con lo del terremoto que incluso nos terminamos enojando, yo casi me devuelvo a Cauquenes, que es de donde soy, pero al final nos abuenamos un poco... El viejo éste decía que estaba a punto de terminar, y alegaba contra Dios, como si el terremoto hubiese sido hecho pa´ puro que él no terminara lo que estaba haciendo...

-¿Y ahora cómo va? -le pregunto.

-No sé nada ahora. No me muestra ni me deja entrar. Le puso un pestillo con candado y la pieza esa no tiene ventanas así que no sé na´. Igual yo prefiero que haga esa cuestión a que tenga otros vicios. Si ni el mundial vio por estar encerrado arreglando la cuestión esa...

Entonces la historia se interrumpe porque llega más gente a comprar. Como me estoy tomando una bebida de las que se devuelve el envase espero un poco más. Mientras, intento mirar hacia adentro de la casa, que está unida al local, pero apenas se ve una repisa llena de cosas: papeles, fotos, figuritas de loza y un violín entre medio...

-¿Toca alguien el violín? -le pregunto antes de irme, por preguntar alguna cosa.

-Ah, -dice la mujer, alegre, mientras lo va a buscar-, este violín era del Luis... tocaba re-bonito. Tenía un grupo en la iglesia, pero al final se salió...

La señora me pasa el violín y luego va a buscar el arco y me lo pasa como si yo supiera tocar...

-Tocaban los dos -me dice-, con mi hijo. Pero de que murió mi hijo, el Luis no tocó más. Y se puso a hacer esa cuestión... Igual mejor eso que el trago, en todo caso... También dejó de ir a la iglesia y dejó el cigarro, así que después de la desgracia al menos pasa más tiempo en la casa y ya no anda pasado a humo... Yo a veces pienso que no quiere terminar esa cuestión, se demora y se demora con la cuestión esa... por ejemplo no le gusta cambiar monedas en el banco según él porque se las dan nuevas, pero yo creo que es pa´ demorarse más no más... A veces trae unas pal negocio y me dice que no le sirven y se hace el enojado porque no termina...

Me cuenta hartas cosas más y hasta me pide que toque algo en el violín. Yo le digo que no sé, pero ella me dice que trate, para que suene un poquito, me dice, y pareciera que cree que le miento y que sé tocar. Yo al final intento y sale un sonido que me gusta, aunque no me atrevo a intentar nada más, así que le devuelvo el instrumento.

-¿Va a volver? -me pregunta al final.

-Sí, yo creo, -le digo.

-Me gustaría presentarle a Luis, -me dice-. Usted le caería bien.

-De pronto le traigo unas monedas...

-Si po, ahí tendrían tema pa´hablar... -termina. Y se ríe un poco.

Yo me apuro para llegar a tiempo a mis clases, aunque en verdad iba algo adelantado. Como andaba medio perdido camino un rato en una dirección contraria hasta que le pregunto a alguien y me ponen nuevamente en orden.

Recuerdo que entre las figuras de loza que estaban en la repisa donde se encontraba el violín, también ví un Hulk, de plástico, que no sé de quién habrá sido.

También me acuerdo mientras escribo que en el sueño hubo un momento en que tuve puestas unas manos gigantes de Hulk -he visto que las venden en algunos lugares y que creo hacen ruido- y que con ellas también, en el sueño, intenté tocar el violín y apenas sostenía el arco.

Al final pienso que la señora tenía razón en algo. Creo que le caería bien a su esposo. Siempre se me acercan los que ya no creen, aunque luego yo los deje en evidencia.

Es así que a éste, sin conocerlo, lo elijo como mi cuarto apóstata.

Y ahora, para terminar, abro el libro que está sobre mi cama a un lado del notebook:

"Estamos de más si miramos en quienes somos" me dice entonces Ricardo Reis.

Pero yo no le hago caso.
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