jueves, 15 de julio de 2010

Air Doll, de Hirokazu Koreeda.

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Generalmente cuando veo una película o leo un libro, o simplemente escucho hablar a una persona, imagino casi siempre que antes de aquello que muestra (la película, el texto escrito, sus actos) existe "algo", una especie de voluntad, de significado previo que no termina siendo dicho... algo así como sus verdaderas creencias, su verdadera fe... a partir de lo cual, luego, es posible entender su discurso o acción como un "llamado", un "grito", o simplemente una huella de quién es realmente, de qué necesita.
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Puede que sea sólo un invento mío, una mala costumbre adquirida a partir de mi falta de comprensión o mis búsquedas absurdas, o un intento de sentir que ese alguien que se está expresando necesita algo mío, a partir de lo cual, por supuesto, supongo que me siento cercano, y debo vaciar -imagino también-, mis propias necesidades y dudas y completar en los otros, mis propios significados.
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Pero más allá de todos los posibles errores a los que esto lleva, hay algo en mí que se alimenta a partir de aquello que siento tras esas observaciones... como si todo lenguaje, más allá de lo que está diciendo en un momento preciso, fuese también un llamado, una voluntad que nace desde la necesidad de ser "llenada" o "completada", de distintas formas posibles, y que busca decirnos algo, otra cosa... algo que está detrás y que es y no es el centro vivo de toda persona.
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Voy a dejar hasta ahí esa aparente contradicción, -espero acordarme antes de terminar esto de aclararles por qué no lo es-, para referirme un poco a algo de le que se suponía iba a hablar, vale decir, a la película Air Doll, de Hirokazu Koreeda.
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Había buscado con ansias esta película por bastante tiempo pues sentía que este director, -justamente a partir de lo que explicaba en un primer instante-, estaba, a través de sus películas, dando cuenta de algo importante... estaba envolviendo en su lenguaje un significado "secreto", estaba intentando creer él mismo, y había, -sentía-, cierta valentía en dicho "enfrentamiento" (ese que da como origen el creer en algo cuando cad día distintas cosas lo hacebn más difícil). Y hasta algunos logros.
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Es cierto, quizá desde aquello que logró "decir" con After Life, no había logrado ser tan rotundo, tan claro, tan certero. Pero a pesar de eso había algo que seguía siendo un "creer", una posibilidad al menos de establecer un significado mucho menos negativo o terrible de o que aparentemente estaban mostrando algunas de sus películas (como Nadie sabe, por ejemplo).
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Creo que una entrada antigua me referí a Hana, donde nuevamente estaba presente aquello que me atraía, al igual que en Aruitemo, Aruitemo, aunque en esta última ya se extrañaban algunas cosas que creo fueron trabajadas excesivamente pensando en el resultado final de película y la facilidad de una "comprensión inmediata", a la que debía resignarse si pretendía tener algo de público "satisfecho".
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Bueno, el caso es que hoy vi por fin Air Doll, y más allá de todas las críticas formales, técnicas y de edición que pudiesen hacerse sobre esta película, lo cierto es que verla ha sido un proceso incómodo, y sobre todo triste.
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Esto, porque más allá de toda la aparente delicadeza del film, me duele percibir en ella la derrota de aquello que en un primer momento "brillaba" en Koreeda. Y es que la historia, lejos de toda sutileza o canto a la vida que han "visto" algunos críticos y algunas personas que supongo quieren seguir sintiéndose cómodos luego de verla, está en verdad mostrándonos una serie de vacíos: espacios que ni siquiera generan fuerza pues no alimentan esperanza alguna de ser llenados.
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Me duele verla porque había algo vivo en Koreeda, algo que buscaba creer por todos lados, incluso en las experiencias más amargas, y que en Air Doll expresa una resignación absoluta, una contemplación estática de aquello que antes él seguía prontamente con su cámara.
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Y si bien es cierto, nos muestra cierta belleza, es una que está cercana a la belleza ciega presente en Óscar Wilde, y en algunos de sus cuentos (sobre todo en el final del príncipe feliz)... una belleza que no se basta por sí sola y que está destinada a perecer, a ser no significativa pues no puede siquiera ser comprendida por los otros, ni siquiera por los lectores, que muchas veces no alcanzamos a ver lo verdaderamente terrible en esos cuentos.
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Y claro, esta belleza que se propone mostrar no sólo carece de significado, sino que su belleza radica justamente en ser resultado de un sacrificio en vano, por intentar una comprensión a la que no se alcanza a llegar, o que, se intuye, propone significados nefastos. Grises.
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Y es que siento que Koreeda había intentado en sus películas anteriores "apostar por la humanidad", por la comprensión, por algo que existía siempre atrás de ese discurso establecido. Hoy siento que no. Que Koreeda le retiró su fe a esa humanidad, de la que también soy parte... hoy siento, tras ver esa película, que alguien más ha decidido no creer, alguien más ha dejado ese peso (y esa fuerza) que significa tener creencias: hoy siento que Koreeda apagó sus soles y encendió la luz eléctrica... y algo también está más oscuro acá, esta noche, justamente al terminar el día.
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