viernes, 16 de julio de 2010

En el Normandie, como antaño.


Hace 15 años debo haber ido al cine Normandie por primera vez. Debo haber ido en segundo medio y haber llegado tras recorrer San Diego, buscando algunos libros. Sí, creo recordar que fue así, al menos la primera vez.

Después se hizo un poco rutina, al menos durante un par de años. Iba, compraba y vendía algún libro y entraba luego a la película que estuviesen dando, no importaba cual. Solía ir más menos dos veces a la semana. Juntaba las entradas y recuerdo que tenía una buena cantidad. Cuando las boté y dejé de juntarles tenía más de 150. Aunque luego seguí yendo esporádicamente.

Otra cosa que era fija al ir al Normandie era el lugar donde me sentaba. Octava fila, segundo asiento, donde había una pequeña pieza de metal justo abajo, sobre el suelo de madera. A veces me ponía a hacer ritmos pues se producían varios sonidos distintos: el metal, las tablas de madera, una tabla que estaba sobrepuesta y sonaba distinto y la parte baja del asiento de delante. De hecho hasta tenía cierto ritmo establecido, una especie de melodía que repetía siempre y que hasta a veces la acompañó una chica que se sentaba junto a un letrero de escape que había a un costado.

Nunca hablé con esa chica.

Muy por el contrario permanecía siempre en silencio. Esperaba afuera del cine a que empezara la función y a veces, con la excusa de conseguir una moneda para un teléfono, conseguía hacer el dinero de la entrada que por lo demás era bastante bajo, pues los tipos me habían regalado un carnet de socio.

Como sea, hoy volví a ir a aquel cine. La última vez debe haber sido hace más de cuatro años. Esa vez me fije si todavía estaba marcada cierta señal que había hecho en los primeros tiempos. Y por supuesto, todavía estaba.

Y es que el Normandie parece ser un mundo inalterable, algo que no cambia y que se mantiene igual pase lo que pase en quienes asistimos. Los mismos baños, la misma gente -casi toda al menos-, el mismo olor, y el mismo trozo de metal bajo el asiento de siempre, no hay caso...

Sobre las falencias de los equipos técnicos no vale la pena hablar. Es el Normandie, es así. La película puede detenerse, fallar el audio, quemarse la cinta... nada importa, todos están acostumbrados, a veces un silbido y luego se arregla, no hay apuro. Así funciona este mundo y si eso cambiara quizá se nos acabaría ese único lugar que sabemos siempre que está ahí, pase lo que pase.

Hoy vi La carretera. Tenía ganas de verla porque me gusta McCarthy, el autor del libro en que se basa. Me gusta desde antes de los Coen y que se hiciera famoso y súper ventas. De hecho compré sus libros en bodegas de liquidación donde no podían ser vendidas, y estaban apiladas por montones.

Mientras la veía, y ese mundo apocalíptico, con todas las cosas perdidas y venidas abajo por doquier aparecía en la pantalla, comencé a pensar un poco en mi propio mundo. En el mundo del que yo venía hacía quince años y el mundo del cual vengo hoy, en el que estoy en este mismo momento.

Recordaba el asombro que sentí cuando vi algunas de Fellini, o las primeras de Kusturica, o de Greenaway... cuando nadie los conocía acá, cuando la sala estaba vacía y yo podía hacer mis ritmos a antojo...

Y es que de cierta forma es más fácil hacerse consciente de los cambios que hay uno cuando estamos en un mundo inalterable, un lugar que parece tener su atmósfera propia, algo que fue casi parte mía y que ya había olvidado.

Luego de la película paso al baño. Las luces están apagadas a pesar de que adentro se ve apenas. Camino hasta los espejos. Son los mismos. Recuerdo haber hecho esto mismo varias veces, años atrás. Recuerdo incluso haberme detenido en esta misma posición en ese entonces.

Recuerdo en lo que creía, recuerdo quien era. Y aunque duela un poco no me hace falta mirar muy lejos para ver un yo bastante distinto, uno que se equivocó nuevamente más de la cuenta y que hoy lo veo lejano, e intento comprenderlo.

Me sonrío entonces como un tonto y me seco la cara.

Me voy de ese mundo que es casi como un ser y que espero esté ahí mismo para una próxima vez. Todavía respirando.

Afuera el día está frío y un tanto gris... pero está bien.

Me pongo los audífonos y escucho a Bartók. Creo que es Out of Doors y el Allegro barbaro.

En ese tiempo escuchaba a Rachmaninov.

Mis pasos son firmes aunque no sepa bien hacia donde van.

Antes sentía que Bartok derrumbaba mundos. Hoy siento que los pone a prueba, que de cierta forma los construye. Que los hace firmes.

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