domingo, 25 de julio de 2010

El milagro de Ann Sullivan, de Arthur Penn (1962).


Dios le debe una resurrección a Arthur Penn. O al menos a las primeras de sus películas. No es que estén olvidadas del todo, pero existen algunas que me gustaría saber, al menos, que son buscadas.

En este sentido, no es que quiera una resurrección gratuita de las primeras películas de Arthur Penn -ni que vuelvan a darlas en el cine o lo que sea-, sino que dicha resurrección sea en verdad el llamado a la vida originado en la búsqueda y necesidad que de ellas tengan algunas personas.

Pienso por ejemplo en El zurdo, o en la impresionante Jauría humana, ya que Bonnie and Clyde y hasta el mismo Milagro de Ann Sullivan que acabo de ver, tienen cierta recurrencia y buena reputación.

Había guardado esta última película por largo tiempo. No había querido "consumirla" de golpe junto a las otras del director y que vi casi todas juntas. La había guardado así como una chica guarda el último chocolate de una caja -digo una chica porque un chico nunca lo reconocería al menos-, o como a veces no quiero terminar el último de los libros de autores que me han impactado.

El caso es que la vi esta última madrugada. Conocía la historia de Helen Keller, por supuesto, pero aún así la historia y la forma en que es narrada no dejó de impresionarme. Puede que a algunos le moleste exactamente esta forma de unir la narración que tiene este director en algunas de sus películas, pero a mí es casi lo que más me atrae.

Para el que no sepa la historia Helen Keller, le cuento que fue una niña que siendo aún un bebé quedó sorda y ciega tras una enfermedad. (Mal)criada por sus padres, la niña creció como una chica terrible chocando con el mundo que la rodeaba y comportándose agresivamente con todo aquello que no alcanzaba a comprender. Más allá del miedo que debe haber sentido esta niña, y la extraña forma como deben haberse organizado sus sensaciones, el punto es que era considerada prácticamente un "caso perdido", y su familia, estaba en la disyuntiva de deshacerse de ella internándola en algún lugar, o intentar algún último esfuerzo aunque sin tener muy en claro en que dirección éste debía realizarse.

Es en ese contexto es que llega Ann Sullivan. Una joven de una vida difícil, criada en orfanato, operada varias veces a raíz de una incipiente ceguera... quien sería la encargada de "transformar" a Helen. De realizar un milagro.

Es en este hecho, en el inicio de este proceso de enseñanza donde la película se centra, se toma tiempo a veces para mostrarnos ciertos procesos e intenta intercalar ciertos datos sobre la verdadera protagonista de esta película. Porque a diferencia de lo que pasó en la vida real, donde Helen Keller fue premiada en numerosas ocasiones y pasó a ser toda una celebridad -al menos en parte de su vida-, Ann Sullivan pasó casi siempre desapercibida... es decir, todos se cegaron con el milagro, pero olvidaron a quien lo había realizado. Y olvidaron también que un milagro no es gratuito sino que se hace a base de trabajo.

En la película de Penn, sin embargo, Ann Sullivan tiene el rol especial, que da muy claro que ella es el canal, el foco a través del cual Helen logra iluminar un mundo, y la fuerza de este personaje, el deseo de esta persona por enseñarle ese mundo queda plasmado de una hermosa forma en la película.

Como profe de lenguaje, además, la película abre una serie de puertas que permiten reingresar a una noción de lenguaje que a veces tenemos abandonada. A recordar que el lenguaje no es asir un mundo, sino que es un mundo mismo... es un alimento, es la comprensión y comunión con aquello que desde el exterior pasa de pronto a posarse dentro de uno. No para estancarse ahí, por supuesto, pero sí para visitarnos, para enriquecernos interiormenete, para permitirnos, a través de la comprensión, amar realmente a ese mundo. A los otros. Y hasta a uno mismo.

Recuerdo ahora que en una entrada anterior señalaba que no creía en la educación, pero espero haber dejado en claro que no creo en la educación "como suele entenderse hoy en día"... Y es que creo profundamente en la educación, cuando no sólo nos lleva a conocer y comprender un mundo, sino a descubrirlo, y a descubrir un mundo en que las posibilidades de todos nosotros sean en verdad infinitas.

Porque lo queramos reconocer o no las posibilidades no son infinitas para todos. El mundo está lleno de Helen Kellers que no tienen película alguna y que no aprendieron un lenguaje, ni lograron entrar a la universidad o dar conferencias ilustrando su propio caso... y descubrirles ese mundo a veces, no resulta igual de alentador, ni gratificante.

Y es que Dios no sólo le debe una resurrección a Arthur Penn, sino al mundo aquel donde las posibilidades sean infinitas para todos.

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