martes, 20 de julio de 2010

Llamadas telefónicas.

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Intento no usar celular. De vez en cuando trae algún problema, pero sumando y restando es un alivio. Por estos días tampoco tengo dirección fija así que la dificultad se acentúa un poco. Pero resisto.
Se trata un poco de ser inubicable, pero también se trata de que se cumplan las cosas que se acuerdan y no andar avisando a última hora que alguien se atrasó o que te necesitan en tal lado.
A veces la gente se molesta, o simplemente no te creen e insisten en el asunto, como un par de tipos que me quisieron asaltar el otro día y no podían creer que no tuviera celular y casi hasta me pasan el suyo.
Los primeros meses sin celular fueron extraños, sentía sonar mi ringtone en algún lado e instintivamente me llevaba la mano al bolsillo o miraba en todas direcciones... ahora ya ni eso.
Los últimos que tuve fueron unos pack unidos que tenía con mi hijo, pero al final él tampoco lo andaba trayendo así que terminé por comunicarme con él por otros medios y más menos en horas fijas.
Para qué decir cuando tuve plan... no saben todo el tiempo y dinero que perdí tratando de devolverlo antes de finalizar el contrato: formularios, entrevistas, razones...
Recuerdo que incluso llegué a entrevistarme con un gerente porque me negaba a marcar las razones que ahí aparecían como posibles y había escrito una carta bastante larga donde exponía mis razones -incluso metafísicas-, para abandonar el servicio, y al parecer no les pareció muy sensato y me enviaban de un lugar a otro sin lograr solucionar nada.
La estupidez mayor fue que salía más caro devolver el teléfono que dejármelo, pero como soy obstinado y el asunto se había transformado en algo un poco más importante que un simple celular, al final preferí pagar para librarme del aparato, costase lo que costase.
Años atrás, sin embargo, habían pasado ciertas cosas relacionadas con los teléfonos que quizá explicaban mi castigo y mis malas experiencias... y es que sí, lo confieso, hubo un tiempo en que experimentaba haciendo extrañas llamadas telefónicas por doquier y quizá había abusado un poco con todo aquello.
Recuerdo que las primeras comenzaron por un proyecto en el colegio. A partir de una revista que se me ocurrió hacer debía realizar unas entrevistas y empecé a buscar nombres de famosos en la guía telefónica... y como los famosos no salen... tuve que conformarme con los sucedáneos... luego publicaba las entrevistas -siempre realizadas en una hora cercana a la madrugada lo que dificultaba aún más la colaboración de los afectados- y hasta ponía el número telefónico en la publicación, para quien quisiera intentar o simplemente comprobar la información.
Entrevistamos por ejemplo a un Iván Zamorano, a un Carlos Gardel -había uno que vivía en Providencia-, o a un José Donoso...
El punto es que grabábamos las llamadas y me ponía a escribir la entrevista, jugando un poco con el asunto, pero sin cambiar nada de la información entregada.
A modo de ejemplo intento recordar alguna:
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"Logramos localizar al gruñón Ramón Valdés, nuestro querido Don Ramón del programa familiar El Chavo del Ocho. Y como siempre, fiel al personaje que lo inmortalizó, nos atendió de tal forma que podíamos vislumbrar -al otro lado de la línea telefónica-, las arrugas que en su frente se hacían por el enojo -fingido, por supuesto-, tras recibir nuestra llamada.
-¿Aló?
-...
-¿Con don Ramón Valdés?
-... ¿sí, quien llama a esta hora?...
Luego le poníamos la música del chavo y continuábamos...
-Felicitaciones don Ramón, queríamos robarle unos minutos de su tiempo para una pequeña entrevista...
-¿Qué están diciendo cabros hueones...?
Y es que Ramón Valdés, excelente actor, dicho sea de paso, no sólo nos atendió caracterizando al personaje que lo llevó a la fama, sino que además lo hizo adaptando sus modismos a nuestro léxico... nada ya de escuincle o mocoso... su acento era de un chileno perfecto... y sus gritos... ¡qué tremenda actuación! no cabía duda..."
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El asunto se hizo tan cotidiano que comenzó a derivar ya no sólo en gente con nombre de famosos, sino en nombres extraños, o simplemente llamativos. Recuerdo en este sentido a una Francisca Culebra, o a una María Quizás -este nombre me parecía de lo más hermoso-, por nombrar algunos.
Muchas veces, sin embargo, más allá del enojo que podías esperar te encontrabas con gente simpática al otro lado, dispuestas a reírse a las tres de la mañana y hasta a seguirte el juego. Hubo un Pinochet, por ejemplo, que al parecer ya estaba acostumbrado a las pitanzas, y nos atendió de lo más bien... o un Juan Pichuleo al que prácticamente terminamos haciéndole terapia.
Como sea, el caso es que el jugar con las llamadas telefónicas se hizo algo habitual, y siempre nos hacíamos el tiempo de realizar una o dos cuando nos reuníamos entre amigos.
Ya en la U, la personalidad me había cambiado y no me llamaba tanto la atención este jueguito, aún así, recuerdo algunas llamadas ahora ya con números telefónicos reales, que habíamos conseguido. Hubo una al escritor Francisco Véjar, por ejemplo, al que llamé como a las 5 de la madrugada haciéndome pasar por Redolés -de hecho en el momento el tipo se la creyó y me hablaba como si fuese él-, comunicándole que había recibido el premio al peor poeta de su generación... (con el tiempo me arrepentí un poco de esto, pues ciertamente habían otros peores o que hubiesen, al menos, debido compartir el premio).
La última que hice fue hace apenas un año o poco más, no recuerdo bien... unos amigos tenían la costumbre y me convencieron para que llamara... y como no escuché a mi Pepe Grillo al final terminé llamando. Eran como las cuatro de la mañana y me atendió una abuelita que hice despertar, y que me atendió de todas formas con una voz tan suave que me conmovió:
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-¿Aló? -me dijo con ese tono de abuelita cariñosa y cansada...
-Uy, estaba durmiendo... -le dije.
-Sí, pero no importa...
-Es que la llamaba pa molestar no más... Disculpe...
-No se preocupe, ¿y con qué me iba a molestar...?
-Iba a improvisar, no lo había pensado...
-Ah...
-Siga durmiendo mejor, disculpe, en serio...
-No se preocupe oiga -juro que aquí se río un poco también-. Buenas noches.
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¿Por qué me acuerdo de esto ahora?
Porque hoy debí cargar y prender un teléfono celeste antiguo -no lo prendía hacía tres años-, pues debía encontrar urgente un número que tenía en ese entonces en la agenda. El punto es que el teléfono me pedía cargarle dinero para volver a habilitarse así que fui a ponerle el mínimo, que al final no resultó ser tan mínimo.
Entonces me fijé que, además de los mensajes de texto de ese entonces, había un mensaje de voz en el buzón, -uno que no había escuchado y que había llegado luego de que apagase por última vez el celular-, y llamé, aprovechando que tenía carga.
Escuché entonces una voz que no oía hacía mucho tiempo, una voz que me apretó el pecho y que me despertó de pronto como si aquello también hubiese estado dormido no sé por cuánto tiempo. Era un mensaje sencillo, cariñoso, de esos que no solemos valorar en su momento y que a veces hacen falta.
Supongo que con eso termino de pagar mis culpas por las llamadas telefónicas que hice.
Y no es que sea terrible, pero es que se me soltaron sensaciones tremendas acá adentro... y me apena que en cierto sentido esas palabras sean de alguien que no existe para alguien que tampoco existe... al menos de aquella forma...
Me apena y me alegra porque algo en mí se despertó a atender esa llamada... y hoy puedo ver a ese yo distinto, tan tonto y tan inseguro..., y hasta abrazarlo; para intentar ser uno con aquello que no debo olvidar que fui, y entenderlo -y entenderme-, realmente.
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