sábado, 31 de julio de 2010

Fin de mes / Algunas películas (II)

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Retomo, antes de terminar el mes, la entrada anterior, para alcanzar a revisar algunas de las películas que durante estos días se fueron quedando fuera; veré un poco de cuáles me acuerdo a ver si puedo exprimirlas un poco antes de arrojar las cáscaras y pasar a frutas nuevas.
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IV. La llamada de Cthulu, de Andrew Leman (2005)
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Esta curiosa película basada en relato más difundido de Lovecraft, recrea la estética de las películas mudas de los años 20 con un éxito relativo.
Por una parte, por más que el intento está por momentos bien llevado, se nota demasiado que se trata de una película contemporánea intentando parecer antigua; ya sea porque algunos actores revelan que no menejan del todo bien la expresión necesaria para el desarrollo de un film mudo, o porque a ratos se nota demasiado que la película está envejecida digitalmente.
Los decorados sin embargo me parecen bien realizados, y la música sabe conducir bien la película creando un ritmo que permite avanzar la narración sin demasiados enredos y la hace incluso agradable de seguir.
Lo único lamentable es que la idea base de esta película es algo desaprovechada tras evaluar el valor total que alcanza. Y es que la narración de Loveccraft parece hecha a medida para a este género, a la vez que las posibilidades que se abren al realizar una escenografía vinculada a ratos con el expresionismo cinematográfico de los años 20 pudo haber dado una verdadera obra de arte.
Quizá faltó ponerse de acuerdo en un inicio sobre qué tipo de película se quería hacer: un simulacro de aquellas películas, o un verdadero homenaje que permitiera incorporar una mirada más personal por parte de los actuales realizadores, y explotar al máximo los recursos que se utilizaban en esa época.
Y sí, nuevamente se prefiere el experimento al intento más arriesgado de construir una obra de arte. Y Lovecraft sigue sin tener una película realmente a la altura de sus textos.
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V. La puerta del infierno, de Teinosuke Kinugasa (1953)
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La verdad es que esperaba más de esta película. Por una parte porque me imaginé que era una adaptación de un relato que me encanta de Rionosuke Akutagawa, y por otra porque contaba con una serie de galardones entre los que se incluía ser la primera película japonesa premiadad con la Palma de oro en Cannes y también la primera obra nipona que obtuvo con el Óscar a la mejor película extranjera y el premio de los críticos en Nueva York.
Ambientada en la edad media, la película aborda la historia de un guerrero que pide como premio al emperador, el poder casarse con una mujer que luego se entera está casada.
Más allá de las vueltas de la trama, y de la personificación de los personajes principales, -fiel a la representación clásica de los personajes japoneses heredada del kabuki-, la película carece de la trascendencia y la mirada íntima de los mejores exponentes japoneses que trabajaban ya en la misma época.
No es que sea una mala película, no se malentienda, pero sin duda el cine japonés aún no era descubierto en occidente, y faltaban aún algunos años para que se reconociera abiertamente a Mizoguchi, Kurosawa y Ozu, como indiscutidos maestros, y lograra apreciarse más plenamente el excelente trabajo cinematográfico que se realizaba en este país.
Entre lo que puede destacarse de la película está también el empleo del color, para nada sutil, por cierto, pero que permite potenciar visualmente la presencia de este mundo otro que comenzaba a abrirse paso en occidente, y ciertos gragmentos de la música que ayuda a crear cierta atmósfera que sin embargo no sabe sostenerse plenamente a lo largo del film.
En resumen, una película interesante, con un buen empleo de colores y útil para acercarse al cine nipón, pero que carece del peso y la maestría alcanzadas por otras de su misma éspoca. Rica en costumbres y fiel reflejo de cierta identidad japonesa que tras la invasión norteamericana debía reafirmarse, pero donde se extraña una visión más íntima y delicada de los procesos que ocurren en las sensaciones y sentimientos de cada personaje.
Un sake correcto y bien realizado, pero que no embriaga.
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VI. Puedo escuchar el mar, de Tomomichi Mochizuki (1993)
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De las varias películas que vi con mi hijo durante el mes elijo ésta como la primera -ya veré si me alcanza el tiempo para señalar algo sobre Gen, el descalzo, y descarto ya alcanzar a hacerlo sobre Toy Story 3, Kung-Fu Panda y otras que mejor ahorro hasta de nombrar-.
Elijo ésta porque a pesar de su sencillez y de ser una de las menos conocidas de los estudios Ghibli, hace de esa misma sencillez, la fuente desde la cual se brinda una sensibilidad extraña de ver en los cines de animación, incluso de los japoneses.
Esto, porque la sensibilidad y delicadeza a la que apela esta película, deja de lado toda pretensión de grandeza e incluso deja la profundidad característica que alcanzan los personajes de las películas desarrolladas por este estudio totalmente de lado.
La historia se centra en unos estudiantes de un típico instituto japonés de provincia; primero en su época escolar, donde se aborda especialmente la relación entre una suerte de triángulo amoroso entre dos amigos y una niña recién llegada de Tokio, y luego a partir de lo que han echo con sus vidas tras juntarse años después en la misma ciudad donde estudiaban.
Me gusta esta película porque, si bien carece de una profundización en la historia personal y en los sentimientos de los personajes que muestra, sabe encontrar en cada uno de ellos, ciertas actitudes, momentos y diálogos, que nos permiten acceder a la gestación de lazos afectivos verdaderos, sin la pirotecnia de otras películas y sin imágenes fantásticas o tremendamente conmovedoras como a veces se (mal)acostumbra.
Para algunos, supongo, esta historia podrá parecerles hasta nimia, sin sabor, incolora.
Pero supongo que debemos aprender a valorar también estas propiedades. Lo pensaba mientras hacíamos sushi con mi hijo, ayer, y le intentaba señalar como era necesario sacar todo el sabor del arroz para poder sentir mejor la presencia de cada uno de los otros elementos empleados; incorporarlos delicadamente y sin abundancia, hasta dejar que cada uno entregue ese sabor que sólo recién descubrimos.
Y es que sí, se puede disfrutar a fondo esta película como si fuese un vaso de agua, sin chispitas y colorantes y sin un típico "sabor naranja"; se puede encontrar en ella cierto secreto, cierta delicadeza, que sólo podemos entender realmente cuando se nos muestra de esta forma, cercana, sencilla, superficial quizá, pero igualmente fascinante.
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VII. Dodes ´Ka Den, de Akira Kurosawa (1970)
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Recién en 1970 Kurosawa filma éste, su primer film a color. Eligió una buena historia, buenos personajes, buenas locaciones, pero algo, en el resultado final de todos esto, terminó destiñendo.
Y es que teniendo todo para ser una tremenda película, esta pequeña ópera coral, como la clasificarían hoy en día, no alcanza las alturas de sus otras creaciones, y, de hecho, se queda a una distancia considerable de ellas.
Es como si para llegar a una cumbre Kurosawa hubiese llevado provisiones en exceso. Y esa misma sobrecarga le dificultase luego alcanzar su propio cometido.
En este sentido, la película se excede en historias, en colores, en la actuación de algunos personajes y hasta en las vueltas que da el guión una y otra vez buscando decir algo que la escena inicial y su primer personaje, ya parece haber dicho por completo.
La historia sucede en los suburbios de Tokio, donde distintos seres marginados conviven en medio de una miseria común y falta de significados, como si buscasen darle la vuelta a un hoyo que se intenta evadir. Algunos se escapan de la realidad a partir de sueños, o locura, mientras otros lo hacen a partir del alcohol u otras costumbres. Pero lo cierto es que el vacío está en el centro de su mundo, y se presenta como algo que no puede ser evitado.
Es cierto, algunas de las escenas de las películas son bastante logradas, y es posible empatizar con varios de los personajes y hasta conmoverse en algunos momentos. Pero hay algo que no permite avanzar en esta película, algo que se excede y que impide un andar cómodo y que termina por hacer que esta película no llegue donde, aparentemente, pretendía llegar.
Con todo, no deja de ser una buena película, sólo que, acostumbrados a mirar el cielo con Kurosawa y ver claramente sus estrellas, esta película parece llenarse de guirnaldas y hasta fuegos artificiales, que ensucian un poco aquella mirada, a pesar de sus buenas intenciones.
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VIII. Gen, el descalzo, de Mori Masaki (1983)
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De nuevo Japón.
Una película no muy conocida a pesar de sus similitudes con La tumba de las luciérnagas, con la que comparte varios elementos: el contexto, el centro del argumento, el ser animada y hasta el estar protagonizada por niños.
Aunque lo crean o no, esta película, resulta más cruda que la película de Takahata.
La historia nos muestra la vida de un niño en los tiempos finales de la segunda guerra, un tiempo de carencias y dificultades para él y su familia. La película nos muestra su vida familiar, la relación con sus hermanos, con su madre embarazada, con su padre. Pero como la historia sucede en Hiroshima y está comenzando Agosto del 45, sabemos muy bien qué es aquello que va a pasar.
A pesar de saberlo, sin embargo... a pesar de esperarlo y saber que va a ocurrir de un momento u otro la película golpea con aquellas imágenes. Y es que Masaki no se anda con sutilezas para mostrarnos lo que ocurrió. Nada del hongo atómico o los homenajes abstarctos que se hacen hoy en día. La película nos muestra lo que sucedio realmente. La calcinación de los cuerpos. La piel caída a jirones. El andar de un lado a otro de esos seres a medio morir que quedaron dando vueltas por la ciudad tras la caída de la bomba.
Sorprende verlo en una película de animación, sorprende verlo porque nos acostumbramos a no ver lo verdaderamente terrible, y porque, cuando lo vemos, solemos verlo como algo distante, algo que ocurrió hace mucho, algo que no va a volver a pasar.
Y duele explicarle a mi hijo que eso ocurrió realmente. Y que días después volvió a ocurrir en otra ciudad, y que hasta el día de hoy, aunque de otra forma, existen bombas de esa magnitud aunque menos ruidosas, explotando en distintas partes. Sin dejar huellas tan visibles, pero con similares resultados.
La película impacta tanto que bloquea incluso las emociones que podamos sentir con lo que sucede después con estos personajes. Hay algo que no puede explicarse en esa película y que está dentro de lo que entendemos por ser humano. Algo que debemos callar pues nada de esto se ha solucionado aún más allá de los acuerdos y los fingidos desarmes de los que somos testigos cada cierto tiempo.
Una película que duele tanto verla, como acordarse de ella, pero mucho más explicársela a tu hijo, decirle que eso ocurrió de verdad y mirarlo después a la cara.
Algunos dirán que por momentos la película busca demasiado la emoción, que exagera a ratos, y quizá sea cierto. Quizá bastase con que una película mostrara el rostro de aquellos que arrojaron la bomba y no supieron nunca tener expresión alguna. Y quizá entonces tengamos la valentía de reconocer que lo verdaderamente terrible no es sólo que eso se haya cometido, sino que aquellos quienes lo cometieron, son tan humanos, lo queramos o no, como nosotros.
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IX. Tokyo, (película en tres partes) de Gondry, Carax y Bong Joon-ho (2008)
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Esperaba poco de Tokyo. No recuerdo que en estos experimentos por reunir obras de varios directores se haya dado un acierto que valga la pena. Sólo algunas partes altas que han logrado prevalecer sobre otras como La rosa magnética, en el film Memories y algunas otras que se me escapan ahora y que quizá me desvíe al nombrarlas.
Además, de los tres directores -Gondry, Carax y Joon-ho-, sólo me generaba espectativas el último, y además, Gondry particularmente me parece alguien sobrevalorado principalmente gracias a Charlie Kaufman, guionista de Eterno resplandor y director de una de las mejores y más olvidadas películas de estos últimos como lo es Sinécdoque Nueva York.
Como sea, el caso es que Gondry me hizo callar. Se hace cargo de la primera historia de una manera tan sencilla y directa que me parece sin duda lo mejor que a hecho, por sí mismo.No sólo siento que aborda bien el tema de la ciudad y del sujeto dentro de la ciudad, sino que logra, quizá sin proponérselo, alcanzar una profundidad de la que carecen los otros filmes en que se ha hecho cargo del guión.
La historia es de una pareja que busca habitación en Tokio, pero algo ocurre en la pareja a medida que sigue la búsqueda. Aparecen ciertos cuestionamientos y ciertas transformaciones que enriquecen la obra de Gondry y me hacen morderme la lengua y decir que sí, que el burro hizo sonar la flauta, y hasta imporviso un tema suave y bien hecho: de principio a fin.
La segunda historia está a cargo de Leos Carax y parece estar hecha para sernos desagradable. Quizá por eso me gusta. Caricaturiza, juega, se burla un poco y si bien sucede en Tokio parece hablarnos de algo que podría suceder en verdad en cualquier otra ciudad.
Su obra juega a parecer profunda y luego ligera, pero algo me hace sospechar que no lo es tanto. Como si el director francés la estuviera rebajando de gusto para hablarnos de otro tema que atraviesa la narración sin enfocarse directamente (la comprensión humana, el lenguaje y lo que vemos de los otros).
Acepto que se diga que "Merde" -que así se titula la parte hecha por Carax- es una mierda, pero no me digan que no cayeron en su trampa.
La historia nos muestra a un ser salido de las alcantarillas que detesta a los humanos y cuyo único objetivo es lanzarse en contra de ellos. Podemos ver la reacción de las personas, la persecución, el intento de juzgarlo sin entenderlo.
Hay algo, sin embargo, en este personaje, que me agrada, y algo en la creación de Carax que me ha llevado a defenderla. Algo que por último puede ser llevarle la contraria a una obra que ha sido hecha justamente para ser atacada.
La última historia corre a cargo de Bong Joon-ho. Está bien hecha es bien construida y se mantiene en el tema de la ciudad y del sujeto alienado que, en este caso, se recoge al interior de ella.
La obra aborda el tema de los hikikomoris, personas que se han retirado de una vida social en las grandes ciudades japonesas y que han decidio vivir encerrados con el contacto mínimo que puedan establecer con otras personas.
La narración está bien llevada, tiene buen ritmo, y parece haber organizado cuidadosamente cada una de sus tomas. Podría ser la mejor de las tres, pero ya que Gondry me sorprendió le cedo el galardón.
Y debo reconocer además, que la película "completa" me gustó, pues siento que entre las historias sí se establecen lazos importantes, sobre todo por la forma de enfrentar la figura de un individuo al interior de la ciudad, y porque todas de cierta forma hablan de la no pertenencia, de cierto desarraigo... las tres, en definitiva, son distintas formas de plantear una misma inquietud que puede hacerse un individuo al interior de Tokio o al interior de otra gran ciudad, y que no puede ser enunciada directamente ni a partir de una sola historia.
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Y sí, a pesar del intento me siguen faltando películas de las que vi en Julio de las que quisiera sacar en limpio algo... (L´appat, Arrebato, Chronopolis... por nombrar algunas), pero bueno, todo mes llega a su fin.
Y entrar a clases luego de las vacaciones ha sido caótico.
Supongo que a veces se nota.
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