sábado, 31 de julio de 2010

Fin de mes / Algunas películas (I)

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Se acaba un mes otra vez y de nuevo quedan varias cosas fuera. No es que todo deba tener cabida acá, pero el punto es que de una cosa en otra queda poco tiempo para organizar prioridades y quizá ya va siendo hora que ordene y repostule algunas cosas para que esto, además de un caos -cosa que no me molesta mucho-, no se transforme en un montón de cosas escritas porque sí y pierdan un poco el rumbo.

Mientras, -ya vendrá tiempo para lo otro-, doy cuenta breve de algunas películas que vi por estos días y de las que no tuve tiempo de reseñar nada. Así que escojo algunas de ellas ahora con tal de darles una última vuelta y ver si consigo sacarles algo más en limpio.

I.
La ley del silencio, de Elia Kazán (1954)

Por más que se intente es imposible separar cualquier apreciación de esta película de las acciones particulares de su director. Y es que necesitado de justificar la delación a sus ex-compañeros de partido, Kazán intenta expresar en esta película una especie de defensa pública.

Me gustaría creer que no, que bajo el personaje que interpreta Brando, existe una autocrítica por parte del director; que la valentía que muestra ese personaje expone conscientemente aquello que no tuvo Kazán... pero al parecer los sentidos que intentó significar el director en esta película, se mueven en otra dirección. Una dirección igual de cobarde que la primera delación, sólo que esta vez el director se delata a sí mismo, y se revela como un ser que prefiere encubrir sus propias debilidades e intentar construir un mundo que las justifique.

Quizá por esto demoré por años la visión de esta película. Sabía lo que trataba y prefería quedarme con la tremenda impresión de Un tranvía llamado deseo o de Un rostro en la multitud, antes que meterme justamente en el centro de esa acción que enturbia la relación que tenemos con este director, con la admiración que provocan casi la totalidad de sus films: las inmensas interpretaciones logradas, el buen producto final que solía obtener de cada una de sus películas.

No se trata de juzgarlo y de condenarlo, pero me gustaría haberlo sentido dudar, haberlo sentido presente y consciente en esta película... No sé cómo hubiese actuado yo y por otra parte siento mucho más terrible e irresponsables otras actitudes de directores y actores que se han llenado la boca criticando a Kazán y que han traicionado cosas mucho más importantes en su día a día.

Con todo, la película La ley del silencio me parece una excelente película. La actuación de Brando nuevamente soberbia -tal como ya lo había hecho en El tranvía... o en ¡Viva Zapata! para este mismo director-, la música de Bernstein, la fototgrafía en blanco y negro, las actuaciones en general que parecen mantenerse siempre a gran altura... son una serie de pilares que hacen que esta película siga fuerte en pie, a pesar de que parece haber sido hecha para sostener a otro y no para sostenerse a ella misma.

Es así como no creo que pueda olvidar fácilmente algunas escenas de la película; la fuerza del personaje del sacerdote o algunos diálogos algo rebuscados, pero igualmente soberbios que se dan de cuando en cuando a lo largo del film.

Por último, creo que, sin darse cuenta, Kazán termina no sólo por delatarse a sí mismo sino también por condenarse tras realizar esta película. Y no es una condena que tenga que ver con la traición o la delación de otros o con lo que creemos injusto o inconveniente para una sociedad. La verdadera condena de Kazán es olvidar quién era él mismo; dejar de verse, ausentarse de sus films que sólo justificaron algo que él no era, y que terminaron de echar tierra sobre algo que quizá algún día intentó recuperar, cuando ya era muy tarde para hacerlo.
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II.
Cabezas cortadas, de Glauber Rocha (1970)

No es esta una de mis películas favoritas de Rocha, principalmente porque el enfoque que plantea y el ritmo que desarrolla me recuerdan un poco a eso que han llamado a veces cine surrealista o que han pretendido clasificar, junto a una serie de otras creaciones bastante disímiles e incomparables, bajo el título de cine experimental.

No me gusta demasiado porque a pesar de tener cierta atmósfera que me atrae y una sensación que, desde su personaje principal, sabe irradiarse a todo el film, deja de lado momentos notables, a la vez que desaprovecha la posibilidad de llevar a mejor término un guión que en varios momentos sabe abrir puertas hacia lugares atractivos, los cuales, luego, no se consigue siquiera explorar.

Me gusta, sin embargo, la actuación de Francisco Rabal; me parece excelente -a priori- la figura de este rey que además de gobernante parece ser también su propio reino: un lugar algo venido abajo como todo aquello que busca ser gobernado por alguien que desconoce la vastedad de su propio imperio, de su propia condición.

Me agradan y sorprenden también algunas de las canciones escogidas para el film, o la naturaleza de ciertas tomas que a ratos recuerdan a Parajanov... pero sobre todo, creo que el derrumbe de este reino, la lucha contra la soledad y el propio derrumbe que atormenta y persigue a cada hombre... la lucha contra el olvido, a fin de cuentas, es un tema que a ratos se pierde en el film. No porque pase a hablarse de otra cosa o porque parezca que hay otras sensaciones abriéndose paso, sino porque la cuestión formal, el experimento estético que aquí se realiza abre espacios para -según mi opinión-, demasiados otros elementos, con lo que se termina debilitando, extraviando quizá. el rumbo que toma este film a ratos y que, al menos para mí, se convierte en su mayor logro.
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III.
Rescate al amanecer, de Werner Herzog (2006)

Obviamente no es el Herzog que me gusta (aunque esto sea obvio sólo para mí). Pero es Herzog. Y tanto las cosas buenas como las malas de esta película -sí, quizá muchas de estas últimas-, están hechas de gusto por Werner y las miro con respeto.

La narración de la película es simple, sus personajes se revelan menos complejos que otros de sus películas, incluso la filmación, las tomas realizadas, no parecen ser excesivamente difíciles ni plantean desafíos demasiado grandes como a los que nos tenía acostumbrados el director alemán.

Y es que vale la pena preguntarse qué hace Herzog realizando una película con Christian Bale -no juzgo aquí su calidad como actor sino el que esté trabajando con Herzog solamente-, o qué hace contándonos la historia de estos norteamericanos en Vietnam, capturados en medio de la jungla y luchando, solos, por su propia liberación... Porque aquí no se trata de que un ejéricto entero se mueva para salcarte el pellejo como con Spielberg, ni de ser un súper soldado que pueda vencer a todos por sí solo como Stallone o Chuck Norris...

Herzog cambia el switch y con estos elementos construye una película que parece en muchos momentos casi un reality, pero que sabe adquirir fuerza no sé en verdad de donde, quizá de esa misma realidad con la que se juega en esos experimentos y que nos parece tan alejado del cine que cuando de verdad aparece nos extraña o descoloca porque no estamos acostumbrados a ese tipo de realidad y queremos posicionarnos frente a una obra de arte y juzgarla como tal.

Y sí, quizá esa sea la gracia de esta película: despojar este tipo de películas de la grandeza característica, quitarle esos diálogos pomposos, y hacerla real -real a la escala Herzog, con Grizzly Man como referente, por supuesto-, y construir, sin embargo, una obra extrañamente atractiva, sin maquillajes, con la cámara constantemente encima de esos tipos que no son más grandes ni profundos que cualquiera... sólo raros quizá, -pero esa rareza es la normalidad para Herzog, recordemos-. Una película que dentro de la obra de Herzog me parece tan absurda como... ¿cómo qué?...

Quizá como el viajar miles de kilómetros a matar hombres sin razón alguna, sin saber siquiera qué representa mi país, o qué es lo que realmente uno es, quiere o representa... Y sí, me parece que ese es el absurdo que termina por reflejar esta película, el mismo absurdo que se reitera también en el final, de una manera tan explícita que llega incluso a molestar...

Pero es Herzog, me repito, y si el final o la película entera molesta, o si la siento a ratos absurda, o demasiado desnuda para ser totalmente atractiva, supongo que Herzog lo ha querido así, y ha querido que me molestase... y ha querido también que me incomode ante todo esto que existe bajo las colinas donde otros clavan banderas que flamean imponentes mientras él parece contentarse con contarnos una historia sencilla, que fue así simplemente, absurda si se quiere, desmaquillada, como si filmásemos a la diva recién levantada con el pelo revuelto y las ojeras nada atractivas un tanto marcadas... Sí este es Herzog, después de todo. Y sigue haciendo exactamente lo que quiere con su cine. Nos guste o no.

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