martes, 27 de julio de 2010

Encuentros con apóstatas (I)

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Es cierto, estamos en la apostasía. Hemos renunciado a toda fe tras darnos cuenta que no movimos montaña alguna. Sin embargo de vez en cuando se encuentran apóstotas extraños, gente que aparentemente renunció a algo, pero que parece apostar en verdad por otra cosa. Algo que no comprendemos, o que se nos escapa... Aquí van algunos de los que he descubierto en el último tiempo:
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I.
Al primero lo encuentro por casualidad. Estoy sentado en el banco de una plaza cuando alguien de pronto se sienta al lado. Hace frío. Yo intento hacer un dibujo que no resulta. De reojo, me fijo que el tipo del lado lleva guantes. Son de lana, tejidos, y tienen algo extraño.

Entonces me fijo mejor y noto que las manos de aquel tipo tienen seis dedos. Como no me convenzo vuelvo a fijarme y a contar... sí, son seis. El tipo lo ha hecho fácil pues tiene las manos sobre sus rodillas,

-No tengo seis dedos -me dice entonces, como adivinando-, una abuela que quise mucho me tejió estos guantes y los hizo así: de seis dedos cada uno.

Yo asiento. El tipo me habla con cierta soltura y parece alegre, casi, como si contase un chiste.

-Mi abuela murió -prosigue-, hace poco. Estos guantes los tejió poco antes de morir... ya estaba medio rara... tenía 94. Los últimos años siempre hizo cosas raras, sin explicación alguna. El dedo extra del guante lo relleno con algodones o cualquier cosa...

Entonces se toca uno de los dedos y lo dobla hacia atrás, demostrando que aquel dedo del guante está vacío.

-Por lo menos sólo fueron los guantes. A mi hermana por ejemplo le hizo un sweater sin el agujero para la cabeza, o a mi primo le hizo una chomba con tres brazos... Tenía su pieza llena de tejidos raros. Tejía todo el día. Incluso cuando tomábamos once ella seguía tejiendo mientras le ayudábamos a comer... Siempre le preguntábamos por lo que tejía o se lo pasábamos para que lo corrigiera, pero ella lo devolvía sin decir nada, como si todo estuviera en orden.

El tipo hace una pausa y yo no encuentro qué decir. Simplemente miro sus guantes y de vez en cuando me llevo una lata vacía de bebida simulando que aún le queda, por hacer algo.

Entonces el tipo se saca uno de los guantes y me lo extiende.

Yo lo miro. El guante parece bien hecho. Como si de verdad estuviese todo en orden.

-Cuando chico creía que mi abuela era especial -me dice entonces, mientras busca algo en su billetera-, viví en su misma casa hasta como los 12 años y era normal para mí que mi abuela se metiera en mis sueños. En vez de rezar por las noches yo le pedía a mi abuela, en silencio, y ella respondía... Mira...

El tipo me pasa una foto de su abuela muerta.

-Esa se la saqué cuando estaba en el ataúd. Parece que se estuviera riendo, ¿cierto?

Yo miro la foto. La abuela parece viva y de verdad aparenta estar riendo. Como si hubiese hecho alguna broma y la mantuviese en secreto, haciéndose la dormida.

-Cuando se murió una tía pilló que tenía un trozo de lana roja dentro de la boca. -el tipo guarda la foto y se coloca nuevamente el guante que se había sacado-. Mi hermana se lo pidió a mi tía y se lo amarró en la muñeca, como un amuleto.

Observo que el tipo se para y se alista para irse. Lleva una mochila café y es como de mi estatura.

-Yo pensé en usarlo, pero la verdad ya no creo en esas cosas, -concluye-.

Y se va.

Yo me quedo en el lugar y anoto parte de la historia bajo el nombre de Andrés, que elijo al azar.

Entonces pienso que ese será mi primer apóstata.

Intento hacer un dibujo del tipo, pero no me sale. Además no recuerdo su rostro.

Dibujo una mano con seis dedos y le pongo una letra del nombre escogido en cada dedo.

Luego cierro la libreta. Luego la abro, y transcribo acá.
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