miércoles, 14 de julio de 2010

Fábulas sin moraleja (otra vez)

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Si bien ya fue el tiempo de las Fábulas sin moraleja, les dejo algunas que habían quedado en el tintero:
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El camello que no sabía hablar, o el narrador indeciso.

Érase una vez un camello que decidió visitar al veterinario. No se sentía mal ni tenía dolor alguno, pero estaba inquieto por algo: no sabía hablar.
Así que estando frente al doctor el camello hizo lo único que podía hacer: quedarse en silencio.
El veterinario, en cambio, junto a una serie de ayudantes, lo revisó minuciosamente, comentando con los otros algunas observaciones.
Al cabo de unos días, el camello fue citado nuevamente para una intervención quirúrgica.
Tiempo después el camello despertó, casi en el mismo sitio, salvo que frente a él había un espejo en el que podía verse de cuerpo entero.
Entonces se produjo una breve conversación con el veterinario:
- ¿Por qué no tengo joroba?, -preguntó el camello.
- Porque eres un caballo, -respondió el veterinario.
- ¿Y por qué no tengo cuatro patas? –insistió el caballo.
- Porque eres un hombre –le aclaró el doctor.
- Y entonces ¿por qué no sé quién soy, por qué no me reconozco? –preguntó el hombre.
- Por eso, porque eres un hombre… -finalizó el sacerdote.
Y le arrojó un puñado de tierra al rostro.
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El zorro proletario, o el ligero auge de la microempresa.

- Es cierto, la filosofía es un invento de los ricos –dijo el zorro-, no cabe duda de eso.
Esperó un poco por si alguien le respondía, pero no lo consiguió.
- Según ella, podría yo tener razón o no tenerla –continuó.
Entonces detuvo sus palabras pues debía cortar un espejo y los otros trabajadores parecían no estar dispuestos a trabajar en lo absoluto.
Envolvió el trozo de espejo en un papel de diario y le encargó a otro que fuese a dejarlo, pero el otro lo miró irónicamente y no se movió de su sitio.
Por un momento dudó el zorro si estaba solo o no en aquella fábrica de espejos.
Y la duda se estrelló contra él como una piedra, y el zorro se quebró en poco más de mil pedazos.
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La pequeña gallina y el pequeño granjero.

Un pequeño granjero fue enviado por su padre para que diese muerte a una gallina, quien le dio las siguientes instrucciones:
1) Debes escoger a la gallina más pequeña.
2) No debes mirarla salvo para agarrarle el cogote y tirarlo con fuerza.
3) Debes alejarla de tu cuerpo, al matarla, pues puedes ensuciarte la ropa.
Así que el pequeño granjero intentó memorizar aquello y fue donde las gallinas.
Primero buscó a la más pequeña y la agarró.
Pero olvidándose de lo que le dijo su padre, el pequeño granjero miró al ave fijamente a los ojos.
-Tu padre no sabe nada de nada –le dijo la gallina.
Entonces el pequeño granjero se rió, y mientras reía le estiraba el cogote a la gallina, y pensaba que el ave tenía razón.
Pero como la risa le hizo perder fuerza sucedió que la muerte se demoró un tanto, y despertaron las otras aves del gallinero armando gran alboroto, y las plumas de las aves se agitaban y desprendían. Y estar en el gallinero era como estar en una nube, -aunque ninguno de ellos había estado antes dentro de una-.
Entonces el pequeño granjero se decidió a salir con la gallina a medio morir desde aquel lugar.
Y el pequeño granjero que salió de aquel lugar, sintió que ya no era tan pequeño, y luego sintió un picotazo en su mano.
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