viernes, 9 de julio de 2010

Mirando por la lavadora, o los tres corazones del pulpo.

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Estoy agripado. Lo suficiente como para detener la escritura cada dos o tres palabras y sonarme o secarme las lágrimas que se me caen tibias por la cara. Debo tener un poco de fiebre y me arden los ojos al ver la pantalla, así que intento fingir fluidez para que usted, lector, -de existir por supuesto-, no lo note.
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A pesar de eso he hecho y visto algunas cosas hoy, pero no hablaré de eso ahora pues saldría todo demasiado inconexo. Elegiré en cambio otra cosa, algo donde lo inconexo parezca un estilo más que un error o una dificultad. No creo que por hoy exista una alternativa más conveniente. Así que ahí les va:

Un día camino por una calle. Está lloviendo así que luego de disfrutarlo un rato y acordarme que llevo mi notebook en la mochila, busco un lugar donde quedarme un rato y verificar si funciona. El "un día" del que les hablo es hace dos días, y el sector no es importante. Era un sector igual a muchos salvo que en él encontré una lavandería algo extraña.

Ahora bien, ¿cómo puede ser extraña una lavandería? La verdad es que de muchas formas, pero la lavandería a la que entré ese día para secarme un poco y revisar si mi notebook no se había dañado tenía una extraña particularidad: el local era sólo un largo pasillo, con cabinas separadas por cortinas que parecían sacadas de un acto de graduación, y, al final del pasillo, una mujer encargada del local vendía unas fichas y controlaba el tiempo de secado a partir de un sistema a distancia, que no sé bien cómo funcionaba.

El punto es que el local parecía cualquier otra cosa en vez de una lavandería. Podría haber sido un local de internet, una hilera de baños públicos o de confesionarios... o hasta una forma ultramoderna de vivienda sacada de un film de ciencia ficción finlandés de escaso presupuesto.

Además, en cada cubículo, la lavadora estaba puesta sobre una mueble liso lo suficientemente alto como para que la persona que esperaba el lavado, pudiese sentarse y su rostro diese justo a la altura de la ventanilla de la lavadora, para que vigilase el trabajo.

Yo me metí brevemente al último cubículo, junté un poco la cortina como si de un probador de ropa se tratase y me apuré en sacar el notebook que se notaba, al menos, bastante húmedo, después de mi descuido.

Entonces, me fijo que en el cubículo del lado se encuentra un hombre algo mayor lavando su ropa, sentado justo frente a ella, con la mirada fija en la ventanilla de la máquina que no dejaba de funcionar. Atento a las vueltas que la ropa daba y murmurando algo -juro que le vi mover los labios como si estuviese hablando-, aunque no pude oír bien qué estaba diciendo.

Justo en eso siento que por un altavoz que está justo sobre la lavadora del cubículo al que me había metido, alguien me habla:

-Debe acercarse al mesón para obtener la ficha correspondiente... no cargue la máquina si no tiene ficha...

Por un momento no comprendí. Pero el momento fue breve así que me dirigí donde la encargada. Luego de explicarle la situación y pedirle permiso para estar ahí un momento ella me advierte que apenas llegue alguien debo desocupar "la cabina" pues todas las demás se encuentran ocupadas.

Y era cierto, al devolverme por el pasillo hacia la cabina con mis cosas, me fijo en que todas están ocupadas, casi todas por gente algo mayor, todos mirando fijamente hacia la ventanilla correspondiente y hasta me pareció ver a una señora llevando las cuentas con un rosario en su mano...

Sinceramente no sé qué pasaba en ese lugar. Estaba lloviendo torrencialmente, era una hora cualquiera del día y aquel lugar estaba lleno. No eran menos de 12 "cabinas" las que había y todas, a excepción de la mía, presentaban una imagen similar... absurda casi, aunque todo parecía ahí funcionar perfectamente.

Y es que de la misma forma como en un restaurant vemos a la gente con sus platos, esta gente se encontraba frente a la lavadora, mirando fijamente a la ventanilla como esperando que algo les fuese revelado, como si las ropas fuesen a formar una figura o un signo al que debiésemos estar atentos, porque en él se encuentra algo que no se encuentra en otro sitio, que es único, que sólo se nos ofrecía en aquel lugar.

Recordé las cámaras de suicidios descritas en alguna novela de ciencia ficción, o la teoría del estudio sincronizado propuesta por Otto Wingarden... pero por sobre todo ello, recordé que hay algo que no sabemos, algo que envejecemos sin saber y cuyos signos buscamos hasta en los lugares más extraños, o más equivocados.

Volví a sentarme en mi cabina. El hombre a mi costado seguía exactamenbte igual, balbuceando algo. Mi notebook había prendido y yo estaba abriendo word para tomar algún apunte de la situación, para acordarme que no me lo inventé, para tratar de, después, entender aquello, si es que era posible.

Entonces sucedió algo aún más extraño. Allá usted querido lector si me cree, yo me limito a contarlo. No estaba borracho, salvo de lluvia, y juro que en esto que viene ahora hay al menos un 40% de verdad, -lo que ya es más que lo observado en cualquier agencia noticiosa o texto de inspiración divina-, y sucedió más o menos así:

De la máquina lavadora que estaba frente a mí comenzó a salir un extraño ser... había abierto la ventanilla, desde dentro y se asomaba tímidamente como para ver quién estaba ahí sentado. No debo haberle inspirado miedo porque al final salió completamente y justo ahí, a la altura de mis ojos, el ser aquel, octópodo, me miraba frente a frente.

Mentiría si digo que me habló, mentiría si digo que su voz resonó ahí en ese momento, pero el ser aquel se acercó hasta mi notebook y tecleó algo similar a lo que reproduzco a continuación:

"No lavo porque soy pulpo. No uso ropa. Como el emperador que no se viste y cree que sí. Igualito, pero yo sé que no. Cambio mis ropas como quiero porque yo soy mis ropas y yo las cambio. Yo no me encariño con ellas ni con sus colores. Porque son además los míos. O si me encariño no hay problema con mis afectos. Yo me encariño como un pulpo. Y un pulpo tiene tres corazones. Y yo soy un pulpo."

Entonces, cuando él se alejó un poco del computador, yo me acerqué también a escribir algo, y traté de prender la cámara del notebook para grabarlo y que me creyeran, pero no encontré desde donde se hacía. Al final le escribí algo como lo que sigue:

"Saludos Pulpo. Sé que algo raro está pasando, pero no lo voy a entender de todas formas así que no me preocupo. El otro día en la tele vi a un pulpo también, se llama Paul y adivina partidos de fútbol. Quizá esté dormido y asocié todo y te estoy soñando, pero no lo sé, ni sé tampoco que conviene... ni sé tampoco qué decirte."

Miraba al pulpo luego de escribir esto, pero él no se acercaba. Se escuchaba la lluvia caer afuera y yo me sentía como en un acuario. Entonces el pulpo se acercó nuevamente, se cruzó de brazos y como le sobraban algunos, siguió escribiendo lo siguiente:

"No sabes nada. Tú no lavas y no eres pulpo. Y hasta te sobran brazos. Y además no puedes entender porque tienes un sólo corazón. Cosa extraña son los hombres con un sólo corazón, ¿cómo lo hacen para elegir aquello que deben amar de entre todo lo que hay? Yo no podría. Yo soy pulpo y tengo tres corazones. No adivino partidos, pero adivino que el hombre pierde siempre y es de triunfos escasos. Adivino que debe ser difícil decidirse con un sólo corazón. Y con una sola piel, y con una forma rígida. Son chistosos los hombres. Son simpáticos. Y les hablan a sus propias ropas mientras la lavan. Y algunos hasta lloran cuando las miran dando vueltas. Yo soy un pulpo y no lavo ropas. Y es que los pulpos no usamos ropas. Todo lo llevamos puesto y somos lo que llevamos puesto. Y cambiamos según nuestro momento. Y nuestro momento es siempre amplio. Tú le agradas a dos de mis corazones."

Luego de escribir esto el pulpo me miró. Pasó un segundo y luego cerró el programa sin guardar los cambios, y se metió nuevamente en la lavadora.

Yo le di vueltas a unas cuantas cosas y al final guardé mi notebook. Me fijé en el hombre del lado que seguía hablando con su máquina y me pregunté qué le diría. Me pregunté si ahí también habría un pulpo. Alguien en quien sí puedes creer, de quien sí puedes esperar respuestas certeras y acabadas. Alguien que seguramente entiende mejor esto de la vida y es que nos aventaja al menos por dos corazones.

Entonces decidí irme de aquel lugar. Dejaría esa cabina para otro. Otro que la necesitara más que yo. Pensé en abrir la ventanilla y despedirme, pero adiviné que aquel ser no estaría allí. Que se habría borrado tal como se borró el texto que él mismo había escrito.

Recuerdo que ese día le envidié los tres corazones mientras avanzaba entre la lluvia. Y cada gota que rebotaba en la calle o sobre mí parecía estar de acuerdo con mi envidia. Yo quería tener unos corazones de repuesto, como las ruedas que andamos trayendo en el auto por si alguna de las nuestras se pinchan, o desinflan simplemente.

Y es que me gustaría entender mejor cómo funciona todo esto. Cómo se maneja eso que late adentro de uno y uno no sabe ya por qué...

Pero la verdad es que me duelen los ojos y debo tener fiebre. Y mejor dejo esto hasta aquí. No vaya a ser que. Ja. Y después.
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