jueves, 1 de julio de 2010

Cosas que aún no he sido: Escapista.


Me crean o no lo cierto es que a veces puedo hacer cosas increíbles con las cartas. Veo un mazo, comienzo a ponerme nervioso y en un momento sé que puedo obtener de él el número que desee. Y no me refiero a un ocho o un nueve, sino a una fecha, a un número de carnet, a un teléfono, dirección… lo que sea.
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La primera vez que sucedió pensé que fue casualidad, estaba haciendo trucos y me descubrieron y de pronto me dijeron que sacara algún número específico: esparcimos las cartas por una mesa, boca abajo, las revolvimos, y ahí estaba sorprendiéndome de mi suerte sacando las cartas que me pedían. Sorprendiéndome yo mismo y sin entender nada.

Pero como el asunto además de agotar asusta un poco, nunca llegué a hacer esto muchas veces: se me aceleraba el corazón, me temblaban las manos, y con el tiempo trato ya de ni jugar con aquel asunto.
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Quizá por esto, -por poder hacer esto que en verdad no sé ni cómo resulta- suelen desagradarme un poco los magos, esos a los cuáles puedes descubrir el truco o al menos saber qué parte de sus movimientos apuntan justamente a disimular aquello que se permiten llamar magia.
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Todos esos aparatos diseñados para “hacer creer”, no consiguen sino parecerme desagradables, como si quisiésemos engañar a un ciego o usar dinero falsificado. O como si quisiese fingir que soy un profeta, y me pusiese a crear un texto supuestamente dictado por Dios, para conseguir algunos pesos, o súbditos, o lo que se quiera conseguir con aquello.

Es cierto, hay magos que me agradan, dentro del gremio, pero me agradan más cuando su centro no es el truco mismo sino algo que los acompaña. Recuerdo por ejemplo al mago Tamariz y una sensación alegre se instala de pronto porque la magia en él era una excusa para desbordar esta alegría que sabía conducirse hacia quienes lo escuchaban.
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De hecho, ahora que lo recuerdo, creo que el propio Tamariz señalaba en uno de sus libros de magia –sí, lo reconozco, leí uno una que estaba en una biblioteca, junto a los de autoayuda-, que la principal tarea del mago consistía en eliminar el deseo que tiene el espectador de analizar el juego… potenciando así el efecto mágico: La verdadera magia.

Pero sea cómo sea, más allá de Tamariz y de lo que me sucede con las cartas, lo que me gusta de verdad es el escapismo. No cuando es muy elaborado, claro está, pero hay algo en algunos de los escapes que me atrae. Ver viejas grabaciones con Houdini colgando desde un edificio amarrado de los pies, o hasta averiguar de algunos escapistas que han muerto al fracasar en uno de sus actos, son cosas que extrañamente me interesan y que suelo guardar como apuntes, en lugares que luego olvido, por supuesto, pero al menos está el intento.

Me acuerdo por ejemplo de un escapista finlandés -tenía que ser finlandés- que se tiró desde un avión amarrado a un gran cubo de hielo . La idea era soltarse del cubo y abrir el paracaídas... pero supongo que no funcionó. Quizá calculó mal que el hielo s derretería no sé, pero lo cierto es que cayó a tierra con hielo y todo y ese fue su último acto.

Y es que indagando en la vida de los escapistas suelen coincidir varias características en sus personalidades, aspectos conflictivos o al menos extraños relacionados en la mayoría de las ocasiones con la muerte. Seres en extremo inseguros sobre aquello que hay más allá de la vida, justo más allá del borde donde se ubican en cada actuación.

Obviamente sobre el que más pude encontrar información fue sobre Houdini, -aunque hay cosas bastante llamativas en Norman Murray Walters, por ejemplo-, a partir de las cuales hice un poema de cierre de un grupo de textos, titulado "Aquello que tiene su centro en otro sitio", donde se mezclaban varias voces en torno a la extraña muerte de este escapista. (Quizá algún día suba acá el video que se hizo para acompañar la lectura del texto, pero tendría que grabar de nuevo la voz, pues la grabación de audio quedó pésima).

Recuerdo que me atraís sobremanera la sensación que debía sentirse tras ese verdadero escapar de la muerte -al menos en aquellos actos en que se ponía verdaderamente en juego-, ¿qué pasa entonces por el interior de estos tipos? ¿qué pasa si la voluntad les falla justo cuando tienen que hacer un envión definitivo? ¿alcanzan a ver aquello de lo que escapan o simplemente su acto se reduce a una serie de elementos técnicos que los mantiene ocupados en todo momento?

Ests preguntas me hacía desde chico al ver estas grabaciones y me las hago hasta hoy, y supongo que algún día, aunque sea a partir de mi propia experiencia, intentaré dar cuenta de alguna forma.

Quizá cuando decida bien de qué quiero escapar, cuando vea claramente hacia dónde quiero escapar... con qué finalidad...

Mientras tanto, le pido a ud. que escoja una de estas tres cartas: un tres de trebol, o un az de trébol, o un nueve de corazones... sí, sé que no le agrada mucho ninguna, pero inténtelo, seriamente.

¿Lo hizo?

Pues bien. Otra cosa que enseñaba Tamariz era sobre las pistas falsas, que impiden al espectador seguir el truco que realmente se está haciendo... Algo así como escribir en un blog en varias direcciones, pero siguiendo un sentido que sólo el mago sabe rastrear.

Bueno, el mago y quizá alguien más.

Alguien que eligió el az de trébol, y que sentirá justo ahora, cierta incomodidad en la espalda, en el costado izquierdo.

Y es que de cierta forma adivinar hoy en día es más fácil: ya nadie elige corazones.

Quizá en otro tiempo.

(No) sé porqué.

1 comentario:

  1. Generalmente Tamariz fingía equivocarse, para luego, de la nada sacar justamente la carta correcta, o el elemento que el otro sí había elegido.
    Supongo que ese sigue siendo el mejor cierre.

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