lunes, 26 de agosto de 2024

No son tan buenos, como dicen, los ángeles.


No son tan buenos, como dicen, los ángeles.

O sea, no son malos, pero he podido comprobar que, al menos, no son muy hospitalarios.

A mí, por ejemplo, me pasaron unas piedras para que me sirvieran de almohada.

Eran lisas y tenían buena forma, es cierto… pero eran piedras, al fin y al cabo.

Las dejaron juntas, sobre la tierra, y con gestos me indicaron que debía dormir.

Luego, simplemente, se fueron del lugar sin siquiera decirme donde poder encontrar agua.

Por suerte, pienso ahora, esa noche no tuve sed.

O no al menos sed de aquella agua.

En cambio, dormí tan profundamente que luego me costó volver a mí.

Era como estar en una especie de sueño-pozo.

Al fondo, quiero decir, donde el pozo es más profundo y no logras verte en lo absoluto.

De igual forma, pienso ahora, ¿por qué tanto revuelo por no poder vernos, a fin de cuentas?

O sea, ¿para qué va a querer uno -si ya se conoce-, verse a sí mismo?

Un tío, por ejemplo, me contó que una vez, en plena noche, sorprendió a un ladrón en su casa y decidió no encender la luz.

Me explicó que en la oscuridad él tendría ventaja, si se enfrentaban, pues él conocía su propia casa.

¡Pobre tío, por cierto!

Murió hace unos meses, de un infarto, mientras cocinaba una carbonada.

Todavía lo tengo muy presente.

De hecho, cuando los ángeles me trajeron esas piedras yo intenté preguntarles por él.

Pero ellos me observaron, tranquilos, sin responder a mi pregunta.

Fue entonces, según recuerdo, que me dije que los ángeles no eran tan buenos, como decían.

O poco después, quién sabe.

Como sea, lo cierto es que después maticé mi postura.

Debe ser que no comprenden, me dije.

No saben comprender.

domingo, 25 de agosto de 2024

El palacio de Izumo.


Ya no hay nubes que oculten el palacio de Izumo.

Antes eran ocho, se decía.

Ahora, en cambio, puedes verlo a simple vista.

Puedes llegar, incluso, fácilmente hasta él.

Apenas unas cuantas escalinatas.

No hay trabas, me refiero.

El camino está despejado.

A pocos pasos, una anciana entrega agua.

Este es el palacio de Izumo, dice un cartel.

Los turistas, despreocupados, lo fotografían.

Un monje, sin embargo, contradice la primera observación.

Ha salido de un grupo y se acerca a hablar con unos visitantes.

Lo primero que dice es que aún están las ocho nubes.

Protegerlo no es ocultarlo, explica luego.

Ya comienza a retirarse cuando alguien lo detiene.

Suavemente, lo detiene.

Entonces, tras pedirle otros detalles, el monje contesta.

Lo que pasa es que ahora hay otras formas que ocultan a las nubes, intenta decir el monje.

No lo explica en detalle, por supuesto, pero eso es más o menos lo que dice.

Lo mismo ocurriría con el palacio, explica luego.

Permanece ahí, aunque no lo perciban, tras un nuevo palacio, más pequeño.

Ese es el palacio que fotografían, señala.

Un palacio desnudo de nubes.

No hay que comprender para ver, dice entonces, sonriendo.

Hace frío.

Los guardianes no se dejan ver.

sábado, 24 de agosto de 2024

Las manos de Cinegiro.


I.

Una o dos manos dicen que perdió Cinegiro.

La diferencia no es poca.

Así y todo, según dicen, lo han pintado con ambas.

¡Iluso el pintor e iluso también Cinegiro!

Ignorar la realidad, como si el arte reparara…

Esquilo, en cambio, no compuso para él verso alguno.

Siendo su hermano, me refiero, no lo hizo.

La diferencia no es poca.


II.

Fue en Maratón, según cuentan.

Intentando detener la partida de un barco enemigo.

Aferrándose a las cuerdas, me refiero, como si no le bastara con verlos huir.

Así perdió una mano, Cinegiro.

Una o dos, por supuesto, dependiendo del relato.

Así y todo -incluso con los dientes, dirán otros-, Cinegiro no logró retenerla.

En esto último sí coinciden.

¡Un hombre no es un ancla, pobre Cinegiro…!

Así debieron decirle.

Probablemente fue el silencio, pienso ahora, quien cercenó al menos una de sus manos.


III.

La diferencia no es poca.

Cuento mis manos, con cautela, y eso es lo que determino.

Que se vayan los barcos, me digo, no quiero enemigos aquí.

No he de aferrarme yo a cuerda alguna.

Esquilo, por ejemplo, comprobó aquello dejándolos partir.

No fue feliz, necesariamente, pero al menos conservó sus manos.

¡Confusa simetría…!

La diferencia, como ven, no es poca.

viernes, 23 de agosto de 2024

Lo que el viejo aquel, me dijo (I).


No le des más vueltas, o picó el pez o no picó. A ti parece no valerte eso. Quieres filosofar, parece, sobre eso. Perder el tiempo, a fin de cuentas. No sé con qué fin, pero es evidente que te niegas a entender una cosa: tú estás aquí para recoger, nada más, luego que pique. Ni dios ni el pez tienen oídos para escuchar tus razones. Y yo que los tengo comprendo bien que no es necesario hacerlo. Pero claro, tú parece que quieres ser especial. Te olvidas que todos balanceamos la caña y arrojamos el sedal. Y los peces se aferran a ella incluso cuando carecen de anzuelo. Igual que los hombres que se amarran a las vigas, hacen esos peces. No por las mismas razones ni por el mismo objetivo, pero eso es lo que hacen. Luego el movimiento y los espasmos y la fingida lucha no son más que reacciones del cuerpo. Movimientos involuntarios, digamos. Pero claro, tú pretendes ser especial. Crees que es un gesto de bondad no recoger el sedal. Y dejas que el pez esté ahí abajo esperando que suceda lo que tiene que suceder. Lo que tienes que hacer suceder. Si dejas que el peso del cuerpo te guíe llegarás a hacerlo. O picó o no picó, esa es la única pregunta, a fin de cuentas. No le des más vueltas.

jueves, 22 de agosto de 2024

Solo hay formas equivocadas de decirlo.


Solo hay formas equivocadas de decirlo. Todas son terribles y a la vez lindas. Todas pueden llevarse a palabras y ser escritas secuencialmente de la misma forma en que, si se fijan, lo estoy haciendo aquí. No como ejemplo, sin embargo, sino como un intento honesto de lograrlo. Un intento más, por supuesto… ¿Por qué?, podrían preguntar. Porque esa es la manera que tengo de comprobar que solo hay formas equivocadas de decirlo, podría contestar. Y de esta forma, casi, volveríamos al cero.

¡Qué terrible y lindo aquel “casi”…!

Bueno, no ese “casi” solamente, sino todos los “casi” en realidad.

Casi nació. Casi murió. Casi fuimos felices.

Casi amamos. Casi fuimos amados. Casi logramos lo que intentamos hacer.

Casi caímos. Casi nos levantamos. Casi digo lo que no se dice.

Ya ven que es cierto: solo hay formas equivocadas de decirlo. Tantas que uno se ve tentado, incluso, por el silencio. O si no por el silencio, agrego, al menos por el ruido.

Más terrible que lindo el ruido, por cierto. Más incluso que el silencio.

Y si no fuera porque lo intentamos, hasta agregaría que es triste.

Me refiero a que si al “cero” que volvemos fuera el mismo cero en el que estábamos antes de intentarlo no estaría bien. Por eso el “casi” no solo salva a ese cero, sino también a nosotros, de paso.

O casi nos salva, más bien.

Por poquito.

miércoles, 21 de agosto de 2024

De un bosque en otro.


De un bosque en otro. Así te lo resumo. No como algo trágico o idílico, sino más bien como descripción de una mera experiencia. De hecho, si te fijas, ni siquiera califico a los bosques. Tampoco los categorizo. De un bosque en otro, simplemente, digo yo. Y lo digo así porque así fue. De uno en otro, simplemente. Y aunque algunos crean que me confundo, puedo asegurarles que fue así. Nunca al mismo, me refiero. Siempre de uno en otro.

Destaco lo anterior pues he escuchado voces que me discuten. Voces que me niegan, digamos, el derecho al tránsito. Que entre un bosque y otro bosque debe haber algo que no sea bosque, me dicen. Que esa es supuestamente la única manera de saber que estoy en otro y no en el mismo. O que he sido yo, o el clima, o ciertas condiciones del bosque, lo que realmente ha cambiado. Ese tipo de cosas intentan explicar. Y claro, yo los observo cuando pretenden, diciendo esto, que dude de mis propias conclusiones, de mi movimiento, y hasta en último término de mi derecho a ser el mismo en un bosque diferente. Una pretensión mínima, después de todo, si lo analizan bien.

Ese análisis les pido.

martes, 20 de agosto de 2024

Una apuesta perdida.


I.

Auster murió simplemente porque estaba vivo.

O sea, fue por un cáncer de pulmón, es cierto, pero no hubo en ello nada especial.

Ninguna casualidad que descubrir, me refiero.

Nada de azar, en otras palabras, simplemente consecuencia.

Me ocurrirá lo que les ocurrirá a todos, señaló en su última entrevista.

Probablemente mintió, pero no se enteró de que lo hacía.


II.

Yo aposté que iba a morir en mayo, pero fallé apenas por un día.

Se lo aposté a unos amigos, un año antes de que ocurrió.

Ellos apostaron un par de primeras ediciones y yo una edición de “La música del azar”, firmada.

Auster la había autografiado sin que yo se lo pidiera, una tarde en que me acerqué a mostrarle un error, que había encontrado en aquel libro.


III.

Auster, por cierto, no reconoció que se trataba de un error.

Evitó el tema varias veces mientras yo intentaba explicarme lo mejor posible.

Sí admitió, en todo caso, que Hustvedt había corregido algunas partes.

No que las escribió, directamente, pero sí que había intervenido.

Fue entonces que, para despacharme más rápido, firmó el libro y lo dejó a un lado.

Yo, tras dudar unos segundos, tomé el libro y lo encaré.

Ese no es tu nombre, le dije.

Morirás porque estás vivo, contestó.

Por supuesto, nunca nos volvimos a encontrar.

lunes, 19 de agosto de 2024

Hasta que explota.


I.

Ninguna bomba es bomba hasta que explota.

Antes, por supuesto, puede usted llamarlas como quiera.

No bombas eso sí, porque sería como intentar adelantarse a algo que no sabemos si suceda.

Así y todo, luego de que explota, ya ni siquiera podemos encontrarla.

Y por lo mismo, se hace difícil tener un punto de referencia cuando hablamos de ella.

¿Dónde está la bomba?, podríamos decir, pero lo cierto es que ya habría explotado.

Y no la encontraríamos, aunque buscáramos, en sitio alguno.

Por lo anterior, tal vez sería correcto decir que la bomba es solo bomba mientras explota.

Como objeto, me refiero.

Luego, como lenguaje, apenas sería una referencia.

Explotó la bomba, podríamos decir, por ejemplo.

Aunque en realidad, no estaríamos, de esta forma, diciendo nada.


II.

Una vez, excavando, encontramos un objeto metálico algo extraño.

Fue entonces que algunos -inexactos-, señalaron que se trataba de una bomba.

Ya iba a discutirles cuando el artefacto detonó.

Nadie murió, pero dos quedaron con heridas, uno con fracturas y hasta hubo uno que perdió unos dedos.

A mí, por suerte, no me ocurrió absolutamente nada.

¿Dónde está la bomba?, pregunté entonces.

Pero ellos ni siquiera me miraron.

Y sí, lo admito: fue un poco por joder.

domingo, 18 de agosto de 2024

Un cuadro no comenzado, de Vermeer.


Estábamos en silencio, algo alejados. Uno en cada punta de la mesa, como en esas películas en las que dan de comer a gente adinerada.

Aunque claro, nuestra mesa no era muy grande.

Yo estaba viendo algo en mi celular y ella parecía estar recordando algo.

-Un cuadro no terminado de Vermeer -dijo entonces, de improviso-. ¿Cuánto crees que vale?

-¿Qué cosa? -dije yo, sin entender aún de lo que hablaba.

-Un cuadro no terminado de Vermeer -repitió-. ¿Cuánto crees que vale…? Vamos. Di una cifra.

Yo dejé el celular a un lado y me lo pensé un rato.

-Depende -dije entonces.

-¿Depende de qué?

-Depende de qué tan terminado esté -señalé.

Ella se lo pensó un poco.

-¿Piensas que mientras más terminado esté más vale? -me preguntó.

Yo asentí.

-No creo que afecte demasiado -dijo entonces-. De hecho, es probable que incluso pueda valer más…

-¿Más? -pregunté.

-Sí, más -dijo ella-. Además, tampoco hay cómo saber qué tan acabado está…

-¿Y si estuviera apenas comenzado? -dije yo, interrumpiéndola.

Ella me observó, como si no comprendiese de qué hablaba.

-Eso no puede saberse -se limitó a decir, con un tono cortante.

Luego de esto, ambos nos quedamos en silencio un buen rato.

-¿Y sabes tú cuánto puede valer un cuadro no comenzado de Vermeer? -le pregunté entonces.

Ella volvió a observarme, en silencio.

En uno de sus ojos, me pareció, comenzó a dibujarse algo extraño.

sábado, 17 de agosto de 2024

Mejor sujetarse la cabeza.


I.

Sé que alguna vez leí -no me pregunten dónde-, que cuando Tchaikovsky dirigió una orquesta por primera vez, lo hizo utilizando casi exclusivamente una de sus manos. Esto, ya que se estuvo sujetando la cabeza con la otra, pues decía estar seguro que si no lo hacía, se le iba a terminar por caer.

Sé que suena absurdo, pero les puedo asegurar que no me lo estoy inventando.

Desconozco, sin embargo, si ese “caer” de la cabeza, debiese tomarse literalmente, o si simplemente quería decir que la cabeza se inclinaría hacia un costado, arrastrada, de cierta forma, por su propio peso.


II.

Sea como sea -aclaro-, nunca se le cayó la cabeza a Tchaikovsky.

No en vida, al menos.


III.

A la que sí se le cayó la cabeza -no se le salió, digamos, pero sí se le cayó hacia un costado-, fue a una novia adolescente de Igor Stravinski.

Él mismo lo contó en una entrevista que dio para una revista en Nueva York.

Por ese entonces, se señala, Stravinski todavía no comenzaba a estudiar música, formalmente.

“Fue como si su cuello hubiese perdido la fuerza, de un momento para otro”, dice en aquella entrevista, refiriéndose a la chica.

Stravinski dice no saber -en esa misma entrevista-, que fue lo que ocurrió finalmente, con aquella muchacha.

Y no hay -al menos hasta donde yo sé-, otras referencias al respecto.

viernes, 16 de agosto de 2024

Pasó un verano entero dibujando insectos.


I.

Pasó un verano entero dibujando insectos.

Tres cuadernos llenó, con sus dibujos.

Para dibujarlos, los recogía del jardín, y los dejaba caminar sobre su piel.

Algunos no se dejaban, es cierto, y huían de inmediato.

Esos dibujos, por cierto, no quedaban muy bien.

Otros, en cambio, al sentirla tranquila, parecían adormecerse incluso, mientras posaban al sol.

La mayoría de sus dibujos los hizo con un juego de lápices de tina, con puntas muy finas.

Cuando terminara el verano, pensaba, podría darles un pequeño toque de color, con acuarelas.


II.

Fue extraño ese verano.

Yo la visitaba algunos días y la veía dibujar.

En ocasiones, le dejaba algún libro, antes de irme, e intentábamos charlar de algunas otras cosas.

Con los días, sin embargo, comprendí que era yo, simplemente, el que intentaba acercarme un poco más.

Ella, simplemente, me mostraba sus dibujos y hablaba de ellos como si hubiesen sido realmente los insectos.

Sobre la piel, si te fijabas, de vez en cuando todavía caminaba alguno, sin decidirse a bajar.


III.

Luego de aquel verano, pasaron años sin que volviese a verla.

De hecho, no recuerdo exactamente si volví a saber de ella alguna vez más.

Lo que sí recuerdo es que uno de los libros que le presté, me lo devolvió con un dibujo.

Un pequeño insecto, dibujado, en la última página.

Cuando paso mis yemas sobre él, extrañamente, parece tibio.

No sé, por cierto, de qué insecto se trata.

jueves, 15 de agosto de 2024

No sé bien para qué.


No sé bien para qué, si me preguntan, pero finalmente acordamos reconstruir la escena.

Yo en principio no quería (porque estaba seguro que no saldría igual), pero acepté pensando en que, al menos, aquello serviría como acercamiento, o sería útil para aclarar algún detalle.

Para ayudar a comprender algo que se escapó la vez anterior, me refiero, y quedar así un poco más conforme, o más tranquilo.

Nada de esto ocurrió, por supuesto.

Lo que pasó fue simplemente que jugamos un rato, sin siquiera entender las reglas, o aclarar nuestros roles, previamente.

Escenografía similar, acciones similares, vestuario similar… todo eso estaba bien, pero en el fondo seguíamos careciendo de lo que ya en un primer entonces carecíamos.

Objetivo, acordamos decir, luego de discutirlo, aunque no estábamos convencidos.

De hecho, en mi fuero interno escogí mejor la palabra “realidad”.

Entonces, nos detuvimos un último momento para redactar algo así como un informe.

Un documento semioficial que aclarase que todo aquello no había sido original, sino la reconstrucción de algo ya acontecido.

Una escena reconstruida que, por si fuera poco, ya había sido reconstruida decenas de veces.

O no repetida exactamente, pero al menos, producida como un alimento procesado.

Sí, más o menos de esa forma.

O así lo veo yo.

miércoles, 14 de agosto de 2024

Algunas propuestas.


I.

No dar testimonio.

No negarse.

No darlo simplemente.

Porque no es mi obligación, digamos.

Porque mi obligación es vivir, si es que hay obligación.

O ni siquiera eso.


II.

Escribir un trabalenguas a partir del verbo embalsamar.

Yo embalsamo, tú embalsamas… quién embalsamará…

Ya sabes… con esas frases, me refiero.

Un trabalenguas que juegue en la superficie,
pero que invite a pensar en nosotros mismos, a fin de cuentas.

A pensarnos como embalsamados y embalsamadores, me refiero.

Con diez o doce líneas debiese bastar.

Nota:

Incorporar, de vez en cuando, la palabra embeleso.


III.

Soplar siempre en la dirección contraria al viento.

Cosa que el aliento se devuelva, cuando lo hagamos.

Además, hacerlo para pensar justamente, sobre el aliento, la voluntad y otras cosas similares.

Y un poco por huevear, es cierto.


IV.

Tejer y destejer, cuando haya tiempo.

No lo mismo, quiero decir.

Y no pensándolo.

Destejer y tejer tantas veces hasta dejar de apreciar la diferencia entre estas dos acciones.

Y usted pueda hacerlo, mientras piensa en otras cosas.


V.

Dar un paso al frente.

Sé que suena contradictorio cuando en principio proponía no dar testimonio.

Pero claro, nosotros, al fin y al cabo, no somos testimonio de nada.

Vivimos, creamos trabalenguas, embalsamamos…

Y hasta alguna vez soplamos en contra del viento y damos un paso al frente.

No es necesario, como ven, hacer mucho más.

Tal vez unas propuestas, simplemente, para que no crean que nos olvidamos.

martes, 13 de agosto de 2024

Un encuentro sobre Burroughs.


Una vez asistí a un encuentro conmemorativo de la obra de Burroughs.

Fui porque un conocido, que colaboró en la organización, insistió diciéndome que habría en ella algo que me gustaría.

Entonces, pensando que asistiría al encuentro una atractiva escritora rusa que recitaba sus poemas por onlyfans, acepté la invitación.

De hecho, en el encuentro, formé parte de una mesa redonda en la cual, lamentablemente, no estaba la poetisa rusa, sino cuatro hombres mayores, de entre setenta y ochenta años, que comenzaron a leer algunos escritos que habían preparado.

Y claro, como dos de ellos hablaban en inglés, otro en francés y otro rumano (creo), nos pasaron a todos unos audífonos en los que se escuchaba una traducción simultánea digital de aquello que decían.

Todo fue bastante obvio y poco especial en sus palabras. O al menos en las de los tres primeros. Luego habló un tipo bastante serio, pero que pareció comparar la obra de Burroughs con el desarrollo de una máquina de sumar, y que provocó, al menos en principio, varios aplausos y risas, por su inventiva.

Hacia el final de sus palabras, sin embargo, se acercaron otras personas a la mesa y tras hablar en voz baja, se reveló que aquel tipo realmente hablaba sobre máquinas de sumar, y que era aparentemente un ingeniero especialista en las máquinas Burroughs, creada de todas formas -según entendí-, por el abuelo del escritor al que se buscaba homenajear.

Superado este impasse, se decidió hacer una pausa, luego de la cual me tocaría a mí hablar brevemente y terminar discutiendo, entre todos, a partir de unas preguntas que habían dejado sobre la mesa.

Yo, por cierto, aproveché el receso y elegí irme del lugar, sin decir siquiera una palabra.

lunes, 12 de agosto de 2024

Existes de una forma extraña, como Portugal.


I.

No sé bien qué me quiso decir, pero así me lo dijo:

Existes de una forma extraña, como Portugal.

Sí, eso fue exactamente lo que dijo.

No estábamos discutiendo, es cierto, pero de todas formas recibí su frase como una queja.

No como un reclamo para que uno realice algo de forma inmediata, sino más bien como la constatación de algo que le molestaba, pero que era parte esencial mía, a fin de cuentas.

Para aclararlo, le pedí que lo explicara, pero no quiso contestar.

Ya está dicho, me dijo, simplemente.

Luego repitió:

Existes de forma extraña, como Portugal.


II.

Dos semanas después de aquella frase yo aún seguía dándole vueltas.

Y es que, ante todo, debo dejar dicho que me encanta Portugal.

Su ritmo, de hecho, es lo que más me gusta.

Su forma de existir, digamos.

Digo esto porque sin proponérmelo comencé a molestarme con ella tras haber expresado aquella frase.

No por considerarla un ataque hacia mí -que de cierta forma lo era-, sino porque se trataba de un ataque a Portugal.

Y con esto, a una forma de existir que yo preciaba profundamente.

Intenté explicárselo poco después, cuando terminamos por separarnos definitivamente.

En esa oportunidad, por cierto, ella también retomó el tema de Portugal, pero asociándolo a características que podríamos considerar geográficas, asociadas con su ubicación en el mapa.

Dejó aquí, a modo de ejemplo, algunas de sus frases:

Arrinconado como Portugal.

Portugal barranco.

Portugal muralla.

Portugal como el rompeolas de Europa.

Cosas así fueron las que dijo, aunque sinceramente no creo que hay logrado comprenderla muy bien.

De todas formas, debo admitir que se trató de una separación civilizada.

Tranquila, me refiero.

Sin sobresaltos.

Ya saben cómo qué.

domingo, 11 de agosto de 2024

Quién fundó Ikea.


Probablemente fue un hijo de Dios quien fundó Ikea.

No digo que lo creó, sin embargo, pues no quiero entrar en conflictos.

De todas formas, reitero, debe haber sido un hijo de Dios.

No Dios, pero sí un hijo.

Esto lo sé pues él mismo instaló la idea en mí, rápidamente, como si fuese un mueble.

Uno de esos armables, por supuesto, un mueble sencillo.

Uno cuya existencia parece decirte que no necesitas más.

Y es cierto.

Por eso es que fundó Ikea, me refiero.

Como una forma sencilla de amoblar tu cabeza.

Ideas-muebles… sensaciones-mueble…

Probablemente no sea necesario que lo detalle.

Ya sabes, cómo funciona.

Así es, después de todo, como nos vamos llenando.

Y todo, por supuesto, hecho por Ikea.

O sea, por otros, tal vez, pero finalmente vendidos por Ikea.

¿No me crees?

¿No sé decirlo muy bien?

Pues poco importa esto si al final es cierto.

Y es que, con los muebles, ocurre exactamente lo mismo que con la verdad.

Te la entregan desmembrada, digamos, para luego volver a armarla.

¿Aún no se entiende?

Pues piensa entonces que es como hacer muñecos.

Me refiero a que no puedes desarmar a un vivo y rearmarlo con vida otra vez.

Ikea, por lo mismo, hace muebles embalsamados.

Desmembrados, es cierto, pero antes embalsamados.

Por eso no tienen olor.

Ni a carne podrida ni a madera.

A lo más, un olor a embalsamamiento, pero no lo reconocemos.

Buen trabajo, entonces, el de este hijo de Dios.

No bromeo en lo absoluto.

Alabado sea.

sábado, 10 de agosto de 2024

Una nariz de madera.


Soñé que tenía una nariz de madera.

No unida perfectamente a mí, sino más bien como una prótesis.

Igual como tenía la nariz un enemigo ciego, de Usagi Yojimbo.

Aunque claro, en mi caso, yo aún podía ver.

No muy claro, es cierto, porque se trataba de un sueño, pero igual podía.

Así, en el sueño, llevaba la nariz de madera sujeta con correas, igual que si fuese un antifaz.

Cuatro correas, según recuerdo, que me dividían el rostro en varias partes, como gajos.

Así estaba, en el sueño.

No sufriendo, pero siempre atrás de un antifaz de madera que no ocultaba nada.

Nada salvo un agujero por el cuál entraba y salía el aire, por supuesto.

Para permitir esto, por cierto, la nariz de madera tenía conductos ahuecados.

Dos túneles pequeños por los que me llegaba siempre aire con un ligero olor a pino.

No sé cómo lograba olerlo, pero era así, sin duda.

Después de todo, yo me acuerdo de mis sueños.

En este, por ejemplo, recuerdo que incluso tocaba la nariz de madera, para adivinar su forma.

Y hasta intentaba forzarla, un poco, para saber que tan fija estaba a mí.

No lo suficiente, descubrí, como para que no pudiese arrancarla.

Un fuerte tirón bastaría, pensé, antes de hacerlo.

Pero para qué, me dije entonces.

¿Qué gano yo con hacer eso?

Así, finalmente, sin responder a esta pregunta, ocurrió que simplemente abandoné aquel sueño.

Tranquilo.

Sin confusión alguna.

O casi.

viernes, 9 de agosto de 2024

Todo se voltea.


Todo se voltea.

Y se voltea cuando no debe.

Poco importan las advertencias y los ejemplos históricos.

Tarde o temprano todo se voltea.

Todo y todos, digamos.

Supuestamente para ver, pero la verdad ni eso.

Como si viniéramos atrás, nos volteamos.

Como si no pudiésemos saber, realmente, en qué sitio nos encontramos.

Y entonces buscáramos, claro...

Por si acaso.

Incluso si no hay luz, nos volteamos.

Incluso si no hay ruido ni indicio alguno que llame nuestra atención.

Todo se voltea.

Todo y todos, como decía antes.

Hasta los que no ven, se voltean.

Hasta las cosas, se esfuerzan por hacerlo.

Y no…

Aunque no lo creas, no.

No se trata de apreciar el recorrido.

No se trata de guiar a otros.

Cuesta aceptarlo, pero es cierto:

No hay nobleza en el voltear.

Ni la más mínima nobleza, existe en aquel movimiento.

Todo es sucio, de hecho, al voltear.

Sucio porque se desmorona.

Porque no se sostiene, de esa forma.

Porque así se vuelve al piso.

Incluso sin caer se vuelve al piso.

Todo detenido.

Hasta el viento que parecer cesar, de pronto.

Sí:

Así es como se aprende a morir de pie.

Y el corazón de sal, entonces, como la mujer de Lot.

Y luego lo que viene.

Da lo mismo qué.

Y luego todo.

¿No está claro, acaso?

Así se sala el mundo.

jueves, 8 de agosto de 2024

Hay que ver qué palabras dice uno.


Hay que ver qué palabras dice uno, incluso cuando uno no quiere decir nada. O cree, al menos, que no quiere decir nada. Yo no me daba cuenta en un principio, pero ahora, apenas digo algo me detengo a ver qué es lo que he dicho. Ahora mismo, por ejemplo, acabo de hacerlo. Recuerdo y observo a lo que digo y es entonces que me dan ganas de escribir exactamente lo que antes he dicho… ¿No les parece sorprendente? Dejando de lado los pequeños errores o imprecisiones en el uso de los verbos, por supuesto, pues no se trata aquí corregir, sino de ser fiel, ante todo, a lo que uno mismo ha dicho antes. Y sí, puedo que alguien piense que eso es darse mucha importancia, pero sinceramente yo, al menos, no lo veo así. No me interesa discutirlo, pero alegaría que se trata más bien de un ejercicio sano. Como levantarse poco a poco capas de piel para ir descubriendo qué hay debajo. Aunque esto sin dolor, por supuesto, y un poco al revés, por que en el fondo la capa exterior es también la más interna. Todo es dermis, me refiero, y a la vez todo es hipodermis. Ahora que lo he dicho, por cierto, me detengo a analizarlo. Hay que ver qué palabras dice uno…

miércoles, 7 de agosto de 2024

Se me olvidó el nombre del gato.


Se me olvidó el nombre del gato y entonces comencé a sentirme mal. A sentir culpa, me refiero, porque el gato había estado ahí, junto a uno, al menos por cuatro o cinco años y uno, bueno… uno de pronto olvida el nombre y se da cuenta que algo no está del todo bien si esto pasa. Afligido por esto uno empieza a buscar fotos. Imágenes donde aparezca el gato y uno pueda entonces recordar su nombre y atribuir todo a un bloqueo leve. Algo que le puede pasar a cualquiera, en definitiva, sin necesidad de hacer juicios morales o sentir culpa alguna. Lamentablemente la técnica no funciona en esta oportunidad. Es decir, encuentro fotos, pero por más que las miro no recuerdo el nombre. Como medida de emergencia llamo entonces a algunos conocidos que visitaron la casa y conocieron al gato. Primero no me animo a hablarles porque con algunos no hablo hace años, pero finalmente me decido y luego de un preámbulo se los pregunto. El nombre del gato, me refiero. Uno cree recordar un nombre, pero es equivocado. Otros simplemente no recuerdan el nombre o nunca lo supieron y hasta hay alguno que ni siquiera recuerda al gato. Este último, de hecho, me dice que deje de pensar en el asunto. ¿Acaso el gato conocía tu nombre?, me pregunta. Yo admito que no, por supuesto, pero ese no es el punto. ¿Y cuál es el punto?, me dice. ¿Acaso se trata realmente del nombre del gato? Y claro, como me complico un poco al responderle prefiero cortar, simplemente. Sin despedirme, incluso, por respeto al gato. Casi me acuerdo, por cierto, al decir esto. Casi me acuerdo del nombre, me refiero. Pero no.

martes, 6 de agosto de 2024

Aguja e hilo, sobre la mesa.


I.

Aguja e hilo, sobre la mesa.

No sé quién los dejó ahí.

Yo los observo sin saber muy bien qué hacer con ellos.

No es que piense en muchas opciones, pero los miro, al menos, mientras no pienso en nada más.

Finalmente me pongo de pie y caliento agua, para preparar un té.

También haré unas tostadas.

Mientras lo hago, sin embargo, observo desde lejos la aguja y el hilo.

¿Qué mierda quieren?, me pregunto, molesto.

Además, ¿por qué tendría yo que hacer algo?


II.

No es que alguien me lo pida.

No recibo presión de ningún tipo, me refiero.

Pero claro… La aguja y el hilo siguen ahí, insistiendo.

Pienso entonces en guardarlos en algún sitio, pero no sé dónde.

Me molesta incluso pensar en ello.

Mejor voy a darles la espalda, me digo.

Sí, mejor así y no me complico.

Poco después eso hago.

Ahora tengo frente a mí un mueble con algunos libros.

Un par de libros gordos de Barth, por ejemplo, que ni siquiera he comenzado.

¡Qué ganas de tener más espaldas!, pienso entonces.

Pero es un deseo inefectivo, por supuesto.

Absurdo incluso, aunque no innecesario.

Cerrar los ojos, tal vez… pero quién sabe…

Tal vez lo mejor sea enhebrar de una vez aquella aguja.

Después de todo si me pincho el dolor será mínimo.

Y luego podré despejar la mesa, para seguir con mi trabajo.

lunes, 5 de agosto de 2024

Amo la pobreza, me dijo.


I.

Amo la pobreza, me dijo.

Pero puedo vivir sin amor.

En esto no hay burla ni mentira.

Solo hechos.

O descripción de hechos, más bien.

Constatación de lo que tengo y de aquello que no he tenido.

Pobreza, por ejemplo.

Y amor.


II.

Fumaba un puro mientras hablaba.

De hecho, fumó uno, y luego siguió hablando y encendió otro más.

Hace años que no veía a nadie fumar puros.

Antes de encender el tercero me ofreció uno, pero yo le dije que no fumaba.

Él insistió sin embargo y me dijo que sacara y guardara al menos un par.

Puedes venderlos después, me dijo.

Valen al menos cien dólares cada uno.


III.

La tarde se extendió y luego llegó la noche.

Yo me sentía algo incómodo pues él seguía hablando y yo no me podía ir.

Él hablaba de un cuadro que había comprado.

Un óleo temprano de De Chirico, según recuerdo.

Yo asentía y de vez en cuando comentaba algo, pero mayormente lo dejaba hablar.

Fue entonces que, durante una pausa, le dije que debía irme.

Mentí diciéndole que me pensaría lo de su proyecto y que lo iba a llamar.

No pareció molesto, aunque creo que igualmente adivinó mi decisión.

Ya en casa, a solas, saqué los dos puros que había tomado.

Con cuidado, recordando cómo él lo había hecho, encendí ambos.

Entonces los dejé así, encendidos, en un plato, sobre el velador.

Probablemente se hayan consumido por la mañana, me dije.

Ya en cama, leí unas cuantas páginas de una novela de Lem, antes de dormir.

domingo, 4 de agosto de 2024

Apedrearlo, pero por su bien.


-Quise apedrearlo -dijo ella-, pero por su bien…

-¿Por su bien? -pregunté.

-Sí, ya sabes… -continuó-, no a él, en todo caso, sino a su casa.

-Igual no entiendo -comenté.

-Me refiero a que quería quebrarle cada una de sus ventanas -continuó-, hacer que tuviese miedo… que el viento y el frío y todas esas cosas se le colaran por cada una de esas ventanas rotas.

-¿Y lo hiciste? -pregunté ahora.

-Más o menos -me explicó-. O sea, comencé a lanzar algunas, pero al final ocurrió que él tenía más ventanas que yo piedras… Y por más que busque no encontré más por ahí donde él vivía.

-Sí -le dije-. Vive en un lugar limpio.

-Sí -aceptó, con un tono triste-, artificialmente limpio, eso sí, pero limpio… y con casas llenas de ventanas.

-De todas formas habrás quebrado algunas -dije entonces, para darle ánimos.

-Probablemente una -señaló-, pero no estoy tan segura… Además, una no es ninguna, como dicen por ahí…

Luego de permanecer un rato en silencio, agregó.

-Al final decidí dejarle el trabajo al tiempo, mejor. A las grietas naturales. No yo... No las piedras, me dije. Que se quede allá con sus decenas de ventanas, creyéndose seguro. Sintiéndose hermético...

Yo asentí.

-Igual pienso que, aunque lo hubiese hecho, él no habría entendido que fue por su bien -concluyó-. Nadie nunca se da cuenta de eso.

-Es cierto -le dije-. Y menos si te apedrean la casa.

Ella me miro, sin sonreír.

Parecía una especie de amenaza.

sábado, 3 de agosto de 2024

La sopa.


Todo estaba bien hasta que le sirvieron la sopa.

Me refiero a que interactuaba con los otros, hasta entonces, como de costumbre.

Pero claro, le sirvieron la sopa y de pronto todo cambió.

Dejó de hablar con los otros y se quedó mirándola, largo rato.

Sin embargo, como le gustaba hacer bromas, no le dimos mayor importancia y esperamos simplemente a que dijera algo que intentaría ser chistoso, al final.

Algo sobre una mosca, por ejemplo, o un pelo… no sé, cualquier cosa, en realidad.

Extrañamente, fueron pasando los minutos y él no dejaba de mirar la sopa.

De hecho, se había inclinado un poco, sobre el plato, y la miraba atentamente.

Igual que el mito ese de Narciso, solo que no creo que en este caso haya habido siquiera reflejo alguno.

Intentamos entonces hablar con él, decirle algo, pero no nos contestaba.

Incluso recuerdo que me paré y observé también su sopa, para tratar de ver qué es lo que él le estaba viendo.

Comenzamos a inquietarnos.

El garzón vino a ver qué ocurría, pero se fue después de un rato, sin entender la situación.

Pensamos que le había dado algún tipo de ataque.

Ya íbamos a llamar a una ambulancia, cuando él habló.

-Esta sopa soy yo -nos dijo.

Lo observamos.

Él se alejó un poco de plato como desconectándose poco a poco.

Luego metió la cuchara y comenzó a revolverla, con cuidado.

Ya debía estar fría, por supuesto, pero él se la tomó igualmente, todavía concentrado.

No dejó nada en el plato.

Luego de esto, él volvió poco a poco a ser el de antes.

Nosotros, sin embargo, seguíamos extrañados y preocupados por lo que había ocurrido.

Se lo hicimos saber.

-Todo está bien -nos dijo-. Ahora todo está bien… Estoy dentro.

Nos trajeron entonces el plato de fondo y más tarde el postre, como de costumbre.

No hubo, por cierto, ninguna otra novedad.

Y aunque insistimos varias veces, nunca volvió a hablar del tema.

viernes, 2 de agosto de 2024

Moscas en un frasco.


F. se metió al avión con un montón de moscas en un frasco.

Lo supe recién antes de abordar, cuando me dijo que quería soltarlas dentro para ver qué pasaba.

A mí me parecía absurdo, por cierto, pero lo cierto es que no intenté disuadirla.

Y es que debo reconocer que, por un lado, no tenía claro si eso estaba prohibido, y por otro, era algo que -al menos en ese momento-, me pareció chistoso.

-¿Qué crees que va a pasar cuando las suelte?-, dijo F., mientras nos sentábamos.

Yo no le respondí.

De hecho, creo que fue en ese momento que comencé a pensar que, de alguna forma, eso podía resultar riesgoso.

-Lo de las moscas es cosa tuya -creo que le dije, intentando mirar hacia otro lado.

Así y todo, me percaté que estaba buscando el frasco en su bolso de mano y que lo dejaba sobre su regazo.

Era un frasco plástico, transparente, en el que se veían aproximadamente unas quince o veinte moscas.

Despegamos.

Ya en el aire, F. lo abrió.

Entonces, varias moscas salieron desde dentro y volaron torpes por el avión, zumbando entre los pasajeros.

Otras, se posaron en las ventanas como si mirasen fuera.

F., mientras tanto, miraba el frasco en el que quedaban todavía un par de moscas.

Una estaba muerta, al parecer, y la otra simplemente caminaba por el interior, sin decidirse a salir.

Era extraño, pero me pareció que F. estaba triste, después de todo, como si algo hubiese fallado.

-Todo salió bien -le dije, para animarla.

Ella no contestó.

Los otros pasajeros, sin embargo, habían comenzado a inquietarse.

Cuando nos habló la azafata, minutos después, F. estaba metiendo un dedo al frasco, intentando que la última mosca viva se decidiera a salir.

-No sé si en verdad estamos volando -dijo F. entonces, justamente antes de ponerse en pie.

No entendí a qué se refería.

jueves, 1 de agosto de 2024

Cerrar la casa.


I.

Lo quieras o no al final tendrás que hacerlo.

Ya sabes… me refiero a eso de cerrar la casa.

Puede parecer una acción más, simplemente, pero no es cierto.

O sea, es cierto que es una acción más, de entre otras,
pero yo apunto aquí a su trascendencia
e inevitabilidad.

Recalco esto porque quiero, en definitiva, ahorrarte disgustos.

No tengo otras intenciones.

Por eso, ahora, vuelvo a decírtelo:
tendrás que hacerlo.

Y entonces, en el momento exacto en que lo hagas,
sabrás además que se trata del final.

O sabrás, al menos,
que ese final
ha comenzado.


II.

De igual forma no te angusties.

Es algo inevitable, ciertamente, pero todavía hay espacio para una decisión.

Y es que al cerrar la casa al menos puedes decidir desde dónde hacerlo.

Me refiero a que puedes elegir cerrar la casa desde dentro, ciertamente,
o cerrarla desde fuera.

Y si bien esto parece ser una decisión pequeña,
lo cierto es que, a la postre, puede resultar crucial.

Como toda elección, podrá decir, interrumpiéndonos, alguien incrédulo.

Y sí, puede que sea cierto, a primera vista.

Pero no debes olvidar que luego de hacer esto,
ha de iniciarse el final.

Y nada más elijes, en todo aquel proceso.

Una puerta cerrada, simplemente.

Es lo que hay.

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