viernes, 16 de agosto de 2024

Pasó un verano entero dibujando insectos.


I.

Pasó un verano entero dibujando insectos.

Tres cuadernos llenó, con sus dibujos.

Para dibujarlos, los recogía del jardín, y los dejaba caminar sobre su piel.

Algunos no se dejaban, es cierto, y huían de inmediato.

Esos dibujos, por cierto, no quedaban muy bien.

Otros, en cambio, al sentirla tranquila, parecían adormecerse incluso, mientras posaban al sol.

La mayoría de sus dibujos los hizo con un juego de lápices de tina, con puntas muy finas.

Cuando terminara el verano, pensaba, podría darles un pequeño toque de color, con acuarelas.


II.

Fue extraño ese verano.

Yo la visitaba algunos días y la veía dibujar.

En ocasiones, le dejaba algún libro, antes de irme, e intentábamos charlar de algunas otras cosas.

Con los días, sin embargo, comprendí que era yo, simplemente, el que intentaba acercarme un poco más.

Ella, simplemente, me mostraba sus dibujos y hablaba de ellos como si hubiesen sido realmente los insectos.

Sobre la piel, si te fijabas, de vez en cuando todavía caminaba alguno, sin decidirse a bajar.


III.

Luego de aquel verano, pasaron años sin que volviese a verla.

De hecho, no recuerdo exactamente si volví a saber de ella alguna vez más.

Lo que sí recuerdo es que uno de los libros que le presté, me lo devolvió con un dibujo.

Un pequeño insecto, dibujado, en la última página.

Cuando paso mis yemas sobre él, extrañamente, parece tibio.

No sé, por cierto, de qué insecto se trata.

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