lunes, 12 de agosto de 2024

Existes de una forma extraña, como Portugal.


I.

No sé bien qué me quiso decir, pero así me lo dijo:

Existes de una forma extraña, como Portugal.

Sí, eso fue exactamente lo que dijo.

No estábamos discutiendo, es cierto, pero de todas formas recibí su frase como una queja.

No como un reclamo para que uno realice algo de forma inmediata, sino más bien como la constatación de algo que le molestaba, pero que era parte esencial mía, a fin de cuentas.

Para aclararlo, le pedí que lo explicara, pero no quiso contestar.

Ya está dicho, me dijo, simplemente.

Luego repitió:

Existes de forma extraña, como Portugal.


II.

Dos semanas después de aquella frase yo aún seguía dándole vueltas.

Y es que, ante todo, debo dejar dicho que me encanta Portugal.

Su ritmo, de hecho, es lo que más me gusta.

Su forma de existir, digamos.

Digo esto porque sin proponérmelo comencé a molestarme con ella tras haber expresado aquella frase.

No por considerarla un ataque hacia mí -que de cierta forma lo era-, sino porque se trataba de un ataque a Portugal.

Y con esto, a una forma de existir que yo preciaba profundamente.

Intenté explicárselo poco después, cuando terminamos por separarnos definitivamente.

En esa oportunidad, por cierto, ella también retomó el tema de Portugal, pero asociándolo a características que podríamos considerar geográficas, asociadas con su ubicación en el mapa.

Dejó aquí, a modo de ejemplo, algunas de sus frases:

Arrinconado como Portugal.

Portugal barranco.

Portugal muralla.

Portugal como el rompeolas de Europa.

Cosas así fueron las que dijo, aunque sinceramente no creo que hay logrado comprenderla muy bien.

De todas formas, debo admitir que se trató de una separación civilizada.

Tranquila, me refiero.

Sin sobresaltos.

Ya saben cómo qué.

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