viernes, 9 de agosto de 2024

Todo se voltea.


Todo se voltea.

Y se voltea cuando no debe.

Poco importan las advertencias y los ejemplos históricos.

Tarde o temprano todo se voltea.

Todo y todos, digamos.

Supuestamente para ver, pero la verdad ni eso.

Como si viniéramos atrás, nos volteamos.

Como si no pudiésemos saber, realmente, en qué sitio nos encontramos.

Y entonces buscáramos, claro...

Por si acaso.

Incluso si no hay luz, nos volteamos.

Incluso si no hay ruido ni indicio alguno que llame nuestra atención.

Todo se voltea.

Todo y todos, como decía antes.

Hasta los que no ven, se voltean.

Hasta las cosas, se esfuerzan por hacerlo.

Y no…

Aunque no lo creas, no.

No se trata de apreciar el recorrido.

No se trata de guiar a otros.

Cuesta aceptarlo, pero es cierto:

No hay nobleza en el voltear.

Ni la más mínima nobleza, existe en aquel movimiento.

Todo es sucio, de hecho, al voltear.

Sucio porque se desmorona.

Porque no se sostiene, de esa forma.

Porque así se vuelve al piso.

Incluso sin caer se vuelve al piso.

Todo detenido.

Hasta el viento que parecer cesar, de pronto.

Sí:

Así es como se aprende a morir de pie.

Y el corazón de sal, entonces, como la mujer de Lot.

Y luego lo que viene.

Da lo mismo qué.

Y luego todo.

¿No está claro, acaso?

Así se sala el mundo.

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