miércoles, 7 de agosto de 2024

Se me olvidó el nombre del gato.


Se me olvidó el nombre del gato y entonces comencé a sentirme mal. A sentir culpa, me refiero, porque el gato había estado ahí, junto a uno, al menos por cuatro o cinco años y uno, bueno… uno de pronto olvida el nombre y se da cuenta que algo no está del todo bien si esto pasa. Afligido por esto uno empieza a buscar fotos. Imágenes donde aparezca el gato y uno pueda entonces recordar su nombre y atribuir todo a un bloqueo leve. Algo que le puede pasar a cualquiera, en definitiva, sin necesidad de hacer juicios morales o sentir culpa alguna. Lamentablemente la técnica no funciona en esta oportunidad. Es decir, encuentro fotos, pero por más que las miro no recuerdo el nombre. Como medida de emergencia llamo entonces a algunos conocidos que visitaron la casa y conocieron al gato. Primero no me animo a hablarles porque con algunos no hablo hace años, pero finalmente me decido y luego de un preámbulo se los pregunto. El nombre del gato, me refiero. Uno cree recordar un nombre, pero es equivocado. Otros simplemente no recuerdan el nombre o nunca lo supieron y hasta hay alguno que ni siquiera recuerda al gato. Este último, de hecho, me dice que deje de pensar en el asunto. ¿Acaso el gato conocía tu nombre?, me pregunta. Yo admito que no, por supuesto, pero ese no es el punto. ¿Y cuál es el punto?, me dice. ¿Acaso se trata realmente del nombre del gato? Y claro, como me complico un poco al responderle prefiero cortar, simplemente. Sin despedirme, incluso, por respeto al gato. Casi me acuerdo, por cierto, al decir esto. Casi me acuerdo del nombre, me refiero. Pero no.

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