viernes, 2 de agosto de 2024

Moscas en un frasco.


F. se metió al avión con un montón de moscas en un frasco.

Lo supe recién antes de abordar, cuando me dijo que quería soltarlas dentro para ver qué pasaba.

A mí me parecía absurdo, por cierto, pero lo cierto es que no intenté disuadirla.

Y es que debo reconocer que, por un lado, no tenía claro si eso estaba prohibido, y por otro, era algo que -al menos en ese momento-, me pareció chistoso.

-¿Qué crees que va a pasar cuando las suelte?-, dijo F., mientras nos sentábamos.

Yo no le respondí.

De hecho, creo que fue en ese momento que comencé a pensar que, de alguna forma, eso podía resultar riesgoso.

-Lo de las moscas es cosa tuya -creo que le dije, intentando mirar hacia otro lado.

Así y todo, me percaté que estaba buscando el frasco en su bolso de mano y que lo dejaba sobre su regazo.

Era un frasco plástico, transparente, en el que se veían aproximadamente unas quince o veinte moscas.

Despegamos.

Ya en el aire, F. lo abrió.

Entonces, varias moscas salieron desde dentro y volaron torpes por el avión, zumbando entre los pasajeros.

Otras, se posaron en las ventanas como si mirasen fuera.

F., mientras tanto, miraba el frasco en el que quedaban todavía un par de moscas.

Una estaba muerta, al parecer, y la otra simplemente caminaba por el interior, sin decidirse a salir.

Era extraño, pero me pareció que F. estaba triste, después de todo, como si algo hubiese fallado.

-Todo salió bien -le dije, para animarla.

Ella no contestó.

Los otros pasajeros, sin embargo, habían comenzado a inquietarse.

Cuando nos habló la azafata, minutos después, F. estaba metiendo un dedo al frasco, intentando que la última mosca viva se decidiera a salir.

-No sé si en verdad estamos volando -dijo F. entonces, justamente antes de ponerse en pie.

No entendí a qué se refería.

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