domingo, 4 de agosto de 2024

Apedrearlo, pero por su bien.


-Quise apedrearlo -dijo ella-, pero por su bien…

-¿Por su bien? -pregunté.

-Sí, ya sabes… -continuó-, no a él, en todo caso, sino a su casa.

-Igual no entiendo -comenté.

-Me refiero a que quería quebrarle cada una de sus ventanas -continuó-, hacer que tuviese miedo… que el viento y el frío y todas esas cosas se le colaran por cada una de esas ventanas rotas.

-¿Y lo hiciste? -pregunté ahora.

-Más o menos -me explicó-. O sea, comencé a lanzar algunas, pero al final ocurrió que él tenía más ventanas que yo piedras… Y por más que busque no encontré más por ahí donde él vivía.

-Sí -le dije-. Vive en un lugar limpio.

-Sí -aceptó, con un tono triste-, artificialmente limpio, eso sí, pero limpio… y con casas llenas de ventanas.

-De todas formas habrás quebrado algunas -dije entonces, para darle ánimos.

-Probablemente una -señaló-, pero no estoy tan segura… Además, una no es ninguna, como dicen por ahí…

Luego de permanecer un rato en silencio, agregó.

-Al final decidí dejarle el trabajo al tiempo, mejor. A las grietas naturales. No yo... No las piedras, me dije. Que se quede allá con sus decenas de ventanas, creyéndose seguro. Sintiéndose hermético...

Yo asentí.

-Igual pienso que, aunque lo hubiese hecho, él no habría entendido que fue por su bien -concluyó-. Nadie nunca se da cuenta de eso.

-Es cierto -le dije-. Y menos si te apedrean la casa.

Ella me miro, sin sonreír.

Parecía una especie de amenaza.

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