sábado, 1 de octubre de 2022

El estanque (que no tienes)


Arrojar piedras al estanque.

Eso haces.

Arrojar piedras al estanque que no tienes.

Una y otra vez lanzas las piedras.

Porque sí, dices. O porque no sabes.

Eso es lo que haces todo el día.

Ya casi no hay estanque, de hecho, sino piedras.

Piedras húmedas, es cierto, a falta de un estanque.

En poco tiempo más, estimo, dejarás incluso de arrojarlas.

Y es que no tendrá sentido, digamos, arrojar piedras sobre piedras.

Y buscarás entonces otro sitio donde lanzarlas.

Otro objetivo que no ofrezca resistencia.

Un objetivo amplio, preferentemente, que no suponga un gran desafío.

Más allá de la constancia.

Más allá de la acción repetida una y otra vez con resultados similares.

Y claro, volverás entonces a acumular piedras sobre ese nuevo objetivo
hasta que este se vuelva imperceptible.

Así, si todo sigue el curso previsto, probablemente volverás incluso al lugar donde estuvo el estanque.

Regresarás a buscar piedras, me refiero, cuando falten proyectiles.

Ni siquiera recordarás, probablemente, que antes ahí había un estanque.

Y a medida que lances las piedras que antes habías lanzado sobre él,
tal vez recuerdes poco a poco.

Si queda algo de agua, probablemente, recordarás más fácilmente.

Más allá si reaparece o no aquel estanque.

Más allá del estanque no tienes.

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