jueves, 13 de octubre de 2022

Tres niñas en un pozo.


La jueza eligió pensar que lo hizo como un experimento.

Eso de meter tres niñas en un pozo y enviarles cada día una mínima atención.

¿Qué les enviaba?

Un bidón con agua y un tarro de miel negra.

Así lo hizo por casi cuatro meses.

Todo quedó registrado en sus apuntes.

Tres cuadernos universitarios escritos a mando que sirvieron como prueba.

Las tres chicas, por cierto, eran hermanas, de nueve, once y trece años.

Creo que eran sus sobrinas, aunque nunca se aclaró realmente este punto.

No en la prensa, por lo menos.

Tampoco en el documental que se hizo sobre aquello.

El pozo, al parecer, era bastante espacioso y el clima en el lugar era por lo general templado.

Por ello, afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas fatales.

Aún así, el daño sufrido por las chicas fue lo suficientemente grave para que se transformase en noticia de interés nacional.

Unos vecinos las encontraron un día que el hombre estaba fuera de casa.

Ya sospechaban algo extraño, así que ingresaron a escondidas y descubrieron a las niñas en el pozo.

Cuando llamaron a la policía, incluso, las creyeron muertas.

El hombre que las encerró fue muerto a tiros luego de regresar y enfrentarse -en una confusa situación-, a policías y vecinos.

Esa misma tarde encontraron los cuadernos en que el hombre había anotado observaciones sobre la evolución de las niñas en el pozo.

En ellos se especificaba, por cierto, las cantidades de agua y de melaza que les enviaba cada día.

Cuando las sacaron, las niñas estaban en muy malas condiciones, por lo que fueron trasladadas de urgencia, en ambulancias, hasta un hospital donde comenzaron su recuperación.

La más pequeña, según dicen, tenía entre sus brazos un pequeño conejo blanco.

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