martes, 11 de octubre de 2022

Ella y las pastillas.


Antes de tragárselas hablaba bien quedito, con sus pastillas. Yo la vi un par de veces, mientras ella estaba concentrada, en su monólogo. Intenté acercarme, para escuchar, pero solo oía palabras sueltas, sin mayor conexión entre ellas. Esparadrapo. Quitasol. Tundra. Neptuno.

Esas fueron algunas de las palabras que le oí decir, aunque no pude comprender, como señalaba antes, el contexto.

Luego de aquello, ella se tomaba las pastillas una a una.

Esparadrapo.

Quitasol.

Tundra.

Neptuno.

Bien pudieron ser, ahora que lo pienso, el nombre de las pastillas.

El apodo cariñoso con que se refería a cada una de ellas.

Suavemente las tomaba y las introducía en su boca.

Una a una y con aparente respeto, como si fuesen hostias.

Poco después, tomaba también un vaso con agua y tragaba todo tranquilamente, como si fuese un rito.

O el comienzo de un rito, más bien.

Al verla, yo imaginaba que ella las tomaba, así como otros cargan niños sobre los hombros, antes de lanzarse a caminar.

Las llevaba consigo, me refiero.

Una a una, las portaba, mientras permanecía intacta.

Luego, ya no necesitaba hablar.

Ya estaban en ella, como hijos devueltos al vientre.

Esparadrapo.

Quitasol.

Tundra.

Neptuno.

Y el rito entonces daba recién inicio.

O volvía, de cierta forma, a comenzar.

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