jueves, 20 de octubre de 2022

Un huevo trizado.


I.

Compré huevos, en la feria, y uno venía trizado.

Como apenas era uno de doce, no quise reclamar, ni lo devolví.

Dudé si por dentro estaba bueno así que fui dejándolo a un lado, mientras iba comiendo los otros once.

Entonces, el huevo trizado quedó ahí, a solas, como si hubiese sido un huevo falso o una fruta de plástico.

Incluso hoy, desconozco si estaba bueno, y qué había en su interior.


II.

El interior.

El interior de un huevo trizado.

Incluso el interior de un huevo trizado.

Supongo que se daña si le llega aire desde fuera, pero ciertamente no lo sé.

Nuestro interior, pensé entonces.

Nuestro interior cuando estamos trizados.

Nosotros como un huevo, pensé.

No lo sé.


II.

Busqué entonces un plumón en mi mochila.

Un gastado plumón de pizarra.

Fui hasta donde el huevo trizado y lo tomé con cuidado.

Le dibujé ojos, nariz y una boca.

Una boca abierta, por donde pudieran salir sus palabras.

Nada dijo, sin embargo, el huevo trizado.

Probablemente no podía, o no sabía simplemente qué decir.

La trizadura, por cierto, quedaba en la parte trasera del huevo.

En su nuca, digamos.

No se trata de la trizadura, me dije entonces.

Tampoco del interior o del contacto con el aire.

Los otros once, después de todo, tampoco quisieron hablar.

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