lunes, 17 de octubre de 2022

Aquel lugar.


Ella solo compra juguetes que la miran.

Su casa está llena de ellos.

Figuras que tienen esos ojos que te siguen con la vista, abarcando todos los rincones de su habitación.

También tiene un par de retratos que siguen esta norma y estoy seguro que de anciana tendrá un gato embalsamado entre sus cosas, con esta misma condición.

No me percaté de esto, por cierto, la primera vez que fui a su casa.

Pero tras quedarme algunas noches comenté que notaba algo extraño, y ella misma me lo confesó.

Me dijo que en principio había ido juntando todo aquello sin darse cuenta de qué hacía.

Es decir, que nunca se fijó conscientemente, que aquellas figuras la miraban fijamente y pensó que las compraba por alguna otra razón.

Cuando me lo dijo, fuimos revisando una a una las figuras, muñecas, peluches y retratos.

Ninguna de ellas, se los aseguro, escapaba a la característica común, ni se atrevía a mirar hacia otro sitio.

Mientas me contaba todo aquello, yo también la observaba, por cierto.

También cuando ella se vestía, o desvestía… e incluso cuando preparaba algo de comer, de espaldas, en la pequeña cocina de aquel lugar.

Un día, de hecho, la escuché reír, de espaldas, supuse que reía pues comprendía que yo también la estaba mirando.

Entonces, algo incómodo, me arranqué los ojos y los dejé sobre el sillón, antes de abandonar aquel lugar.

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