viernes, 14 de octubre de 2022

A eso de las nueve.


Cien metros, aproximadamente, corrió un perro hacia mí, en el parque.

Como si me hubiese reconocido de pronto, lo vi venir desde la distancia, sin distraerse ni fijarse en nada más de su entorno.

No sabía si venía con actitud alegre o agresiva, hasta que se detuvo uno o dos metros de donde me encontraba y lanzó un único ladrido.

Ronco y fuerte, el ladrido.

Yo observaba al animal, para saber qué actitud tomar, pues seguía sin saber sus intenciones y no recordaba haberlo visto con anterioridad.

El perro me observó a los ojos, un buen rato, sin mover la cola ni expresar emoción alguna.

Pensé en decir algo, pero en aquel momento lo encontré absurdo.

¿Qué podía decirle, además?

En cambio, me incliné un poco y estiré una mano hacia él.

El perro se mostró indiferente ante esto. Pareció ahora mirarme con más atención, como si me hubiese confundido con alguien, pensé.

Paseó luego su vista por mí, ignorándome, como si, con hambre, hubiese olido algo no comestible.

Finalmente, dio media vuelta y se alejó por donde vino.

Yo, lo seguí con la vista hasta que se perdió en los arbustos.

No me moví del lugar en varios minutos.

-¿Por qué no le dijo nada? –me preguntó poco después una señora que estaba cerca del lugar, y supongo que había visto la escena.

Yo observé a la mujer pensando en qué podía decirle, sin saber cómo reaccionar a sus palabras.

Como no se me ocurrió nada, ladré.

Una vez; ronco y fuerte, igual que el perro.

La mujer me observó, supongo que de una forma similar a como había observado yo al otro animal, minutos antes.

Di entonces media vuelta y me alejé del lugar.

Regresé a casa a eso de las nueve.

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