Estaba pensando en algo mientras le ponía una cucharada de azúcar a un
té.
Pero claro… entonces recordé que tomo el té sin azúcar.
Desde hace al menos 12 años, me refiero…
¡12 años y ahí estaba yo poniéndole una de azúcar al té!
Fue entonces que pensé que si había puesto azúcar, era quizá porque el
pensamiento que me rondaba no era realmente mío.
Así, apenas pensé aquello, pude ver cómo huía de mí una pequeña idea,
que saltó desde mi cabeza y se escondió al interior de un libro de Macedonio.
Enseguida, cerré ventanas y traté de cubrir toda posible ranura, y me
dispuse a encarar a aquella idea, ya olvidada.
¡Cuánta sorpresa…!
¿Han visto acaso un pensamiento intentar pasar desapercibida, haciéndose
pasar por un dudoso marcalibro?
Pues yo lo vi.
Yo vi esa idea camuflada fingir desconocimiento del tema.
¡Caradura…!
Fue entonces que -indignado por el actuar de esa idea y planeando una
estrategia para indagar en ella-, fue entonces que, decía, puse una segunda
cucharada de azúcar a mi té, que por lo demás ya estaba tibio.
¡Nueva idea falsa!
¡Nueva idea impropia y generada quién sabe dónde…!
¡Nueva huida y escondite…!
Con esta impresión, llamé a un especialista en la materia de las ideas
impropias, cuyos datos me habían sido facilitados por algún amigo, y le conté
la situación.
El especialista me escuchó en silencio.
-Quiero que mire en este momento su mano derecha –me dijo, de pronto.
Yo miré.
-Quiero que me diga qué está haciendo –agregó.
Yo respondí:
-Está poniendo nuevas cucharadas de azúcar a mi té, que por lo demás ya
está helado.
-Pues usted tiene a la vista el problema real –me dijo.
Como no agregaba nada me decidí a preguntar:
-¿Mi mano?
-¿El azúcar?
-¿El té?
Pues bien, alcancé a escuchar un no antes de que se cortara.
Llamé de nuevo.
Esta vez no contestaban.
Desde ese momento he llamado 124 veces.
Nunca me han contestado.
He tirado ya a la basura seis kilos de azúcar y botado un gran número
de tazas de té.
Y claro, no tengo claridad aún, sobre el verdadero problema.
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