Dos hombres suben a una cumbre. Usted le pone nombre a la cumbre y yo
le pongo nombre a los dos hombres: Glucindo y Flenario.
Respecto a la llegada a la cumbre aclarar algunas cosas: Glucindo llegó
primero y se ve alegre. Flenario llegó segundo, pero no le importa.
Con todo, Flenario no se ve tan alegre como Glucindo. Si quiere usted
averiguar la razón puede subir y preguntarle. Yo, desde acá, me invento algunas
respuestas.
-No estoy triste ni alegre –dice Flenario-. Es solo que pienso, y
pensar a esta altura…
-¿Le afecta a usted la altura, Flenario? –pregunto.
-A Flenario no le afecta la altura –interrumpe Glucindo-. Flenario se
refiere a estas alturas de la vida,
¿no es así?
-Es así y no es así –señala Flenario-. Pero déjenme descansar un poco.
Yo lo dejo.
Glucindo y Flenario dejan sus mochilas y se tienden un rato, en la
cumbre.
Luego, ambos se ponen de pie y contemplan el horizonte.
-El problema es este –dice entonces
Flenario-. El problema es bajar de la cumbre.
-¿A qué se refiere usted? –indaga Glucindo.
-Al para qué –responde Flenario-. Me refiero a que teníamos una
finalidad al subir, pero no sé realmente para qué bajar.
-¿No lo espera nadie allá abajo, Flenario? –vuelve a preguntar
Glucindo.
-Me esperan y no me esperan –dice Flenario-. Pero que te esperen no es
una finalidad, de todas formas.
Ambos se quedan en silencio y vuelven a contemplar el lugar.
-A mí también me pasa –dice entonces Glucindo-. Trato de no pensarlo,
pero siempre que llego a la cumbre y pongo una bandera pienso que abajo no es lugar
para clavar una bandera…
-¿Por qué? –pregunto yo.
-Porque abajo la bandera no significa nada –responde Glucindo-. De
hecho, casi todo significa nada…
-Tal vez debiésemos todos vivir en una cumbre, -dice entonces Flenario-.
Por un tiempo al menos. Vivir y no vivir, me refiero…
-¿Quiere usted ir turnándose de la cumbre al valle, y cambiarse justo
antes que comience aquello a perder significado? –pregunta Glucindo.
-Quiero y no quiero –dice Flenario-. Pero ante todo no quiero bajar. No
esta vez, al menos.
-Comprendo –dice Glucindo.
-Miente – dice finalmente Flenario-. Usted comprende un poco, pero ante
todo no comprende.
-Tal vez sea cierto –reconoce Glucindo.
-¡Por supuesto que es cierto! –digo yo.
Y claro, recién ahora, usted le pone nombre a la cumbre.
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