Un alumno me pide que interceda con su madre e
intente, de alguna forma, que ella deje de usar adornos de plumas, en su
cabeza.
Mi alumno lo pide principalmente porque este año
tienen una cena de gala y un par de encuentros importantes con apoderados en
los cuales, según él, no quiere pasar vergüenza.
Si bien le digo que no lo haré por una serie de
razones que aquí no vienen al caso, me resulta imposible no fijarme que, al
menos a partir de la reunión de hoy, parte de la sensación de incomodidad de mi
alumno parece tener importantes fundamentos.
Esto, ya que la apoderada en cuestión –a quien yo
no conocía pues siempre me entrevisté con el padre-, llega a la entrevista con
un arreglo de plumas que excedían fácilmente los 20 centímetros sobre su
cabeza.
-Vengo a pedirle un favor –me dijo la apoderada
luego de las palabras habituales.
Yo, seriamente, le indiqué que continuara.
-Vengo a pedirle que interceda con mi hijo –continuó-.
Que lo convenza para que en las últimas actividades con sus padres pueda venir
de la forma que le corresponde.
-¿Formalmente, se refiere usted? –pregunté.
-Sí, formalmente –señala-. Y con plumas en la
cabeza.
Yo asiento mientras finjo tomar notas en un
cuaderno.
-Es una tradición familiar –me explica, como si
fuese una fórmula-. Cuatro generaciones. Todos heredamos las plumas. Todos las
hemos usado.
-¿Y ha hablado con su hijo al respecto?
-Dieciséis veces, profesor.
-Mmm –digo yo.
Entonces la mujer se pone a detallar varias de
aquellas dieciséis conversaciones en las cuáles ha intentado convencer a su
hijo de la importancia de portar aquellos accesorios.
-Entiendo –digo yo, cada cierto tiempo.
Mientras pienso qué decir, sin embargo, y al mismo
tiempo que escucho a la mujer mencionar una serie de extraños pormenores, no dejo
de mirar las plumas que están sobre su cabeza y decirme una y otra vez que no
comprendo nada, junto a una serie de otras reflexiones.
Es como
sucede siempre, me digo, una serie de
creencias y tradiciones y uno en medio intentando fingir que comprende y
además, tiene sus propios problemas solucionados. Sus propias plumas, por así
decirlo.
Así, mientras pienso en eso, comienzo a decirle
algunas frases tranquilizadoras tomadas de algún libro de Wingarden y hasta le
aconsejo bíblicamente que converse con su hijo 16 veces 16…
Minutos después, finalizando la entrevista, la
apoderada me agradece la atención y hasta me señala que me enviará un accesorio
de plumas exclusivo, para que pueda usarlo en alguna ceremonia final de este
año.
-Así podremos motivar de mejor forma a mi hijo, ¿no
cree? –me dice, mientras se despide.
Y claro, yo también le agradezco, como siempre, la
incomprensión.
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