“-Haz como te parezca –me respondió Javier
de Licantén.
-Haz como te parezca –repitió Ruben de
Loa.
Y haciendo ambos una venia, me dejaron
abandonado
en medio de un farol de la Alameda”
J. E.
No encontré faroles en la Alameda.
Todos hablaban de ellos, pero no los encontré.
Una vieja criticaba sus luces sucias.
Otros contaban que se habían conocido bajo uno de ellos.
Yo, en cambio, no los encontraba por sitio alguno.
No es que los necesitara, en todo caso.
No imperiosamente, al menos.
Pero tenía ganas de encontrarme con uno.
Preguntaba así, mientras buscaba.
Alguien debía saber dónde estaban.
Encontré entonces a un carabinero.
Le pregunté por los faroles de la Alameda.
-No puede usted subirse a un farol de la Alameda –me dijo.
-Pero yo no le pregunté eso – señalé.
-Mirar para todos lados desde lo alto de un farol está prohibido –agregó
sin escucharme-. Ni siquiera a las estrellas.
Yo pensé entonces en aclararle que era de día y no se veían estrellas,
pero al final no lo hice.
Además, recordé que el sol era una estrella, y se veía clarito.
Seguí vagando así sin éxito alguno por varias horas.
Finalmente, cansado, me senté en el banco de una plaza.
Un hombre se acercó a pedirme dinero, pero no le di y terminamos
conversando.
Descubrí así que él también estaba buscando uno de esos faroles.
-Quería mear en uno de esos –me dijo.
Yo asentí.
El hombre parecía resignado.
Tenía, por cierto, una gran mancha en los pantalones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario